martes, 30 de marzo de 2010

Con Dios y sin Dios

A menudo me pregunto por qué un “instinto
cristiano” me atrae en ocasiones más hacia los no
religiosos que hacia los religiosos. Y esto sin la
menor intención misionera, sino que casi me atrevería
a decir “fraternalmente”. Frente a los no
religiosos, en ocasiones, puedo nombrar a Dios
con toda tranquilidad y naturalidad, mientras que
ante los religiosos recelo a menudo de pronunciar
su nombre. En dicho ambiente me parece de alguna
manera falso y yo mismo me siento en cierto
modo insincero.

Los hombres religiosos hablan de Dios cuando
el conocimiento humano (a veces por pereza mental)
no da más de sí o cuando fracasan las fuerzas
humanas. En realidad se limitan siempre a ofrecer
un deus ex machina (un dios tapagujeros), ya sea
para resolver aparentemente unos problemas
insolubles, ya sea para erguir un fuerza ante la
impotencia humana; en definitiva, siempre tratan
de explotar la debilidad humana, es decir, los límites
humanos.

[…]

Yo no quiero hablar de Dios en los límites, sino
en el centro; no en los momentos de debilidad,  
sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte
y del pecado, sino en plena vida y en los mejores
momentos del hombre. Estando en los límites,
me parece mejor guardar silencio y dejar sin solución
lo insoluble.

 
Dietrich Bonhoeffer, Teólogo alemán protestante (1906-1945).
Ahorcado por su resistencia contra el régimen nazi.

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