martes, 30 de marzo de 2010

El animador.

Con Dios y sin Dios

A menudo me pregunto por qué un “instinto
cristiano” me atrae en ocasiones más hacia los no
religiosos que hacia los religiosos. Y esto sin la
menor intención misionera, sino que casi me atrevería
a decir “fraternalmente”. Frente a los no
religiosos, en ocasiones, puedo nombrar a Dios
con toda tranquilidad y naturalidad, mientras que
ante los religiosos recelo a menudo de pronunciar
su nombre. En dicho ambiente me parece de alguna
manera falso y yo mismo me siento en cierto
modo insincero.

Los hombres religiosos hablan de Dios cuando
el conocimiento humano (a veces por pereza mental)
no da más de sí o cuando fracasan las fuerzas
humanas. En realidad se limitan siempre a ofrecer
un deus ex machina (un dios tapagujeros), ya sea
para resolver aparentemente unos problemas
insolubles, ya sea para erguir un fuerza ante la
impotencia humana; en definitiva, siempre tratan
de explotar la debilidad humana, es decir, los límites
humanos.

[…]

Yo no quiero hablar de Dios en los límites, sino
en el centro; no en los momentos de debilidad,  
sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte
y del pecado, sino en plena vida y en los mejores
momentos del hombre. Estando en los límites,
me parece mejor guardar silencio y dejar sin solución
lo insoluble.

 
Dietrich Bonhoeffer, Teólogo alemán protestante (1906-1945).
Ahorcado por su resistencia contra el régimen nazi.

martes, 23 de marzo de 2010

Naturaleza Viva

¿Juega Dios a los Dados?

Esta conferencia versa sobre si podemos predecir el futuro o bien éste es arbitrario y aleatorio. En la antigüedad, el mundo debía de haber parecido bastante arbitrario. Desastres como las inundaciones o las enfermedades debían de haber parecido producirse sin aviso o razón aparente. La gente primitiva atribuía esos fenómenos naturales a un panteón de dioses y diosas que se comportaban de una forma caprichosa e impulsiva. No había forma de predecir lo que harían, y la única esperanza era ganarse su favor mediante regalos o conductas. Mucha gente todavía suscribe parcialmente esta creencia, y tratan de firmar un pacto con la fortuna. Se ofrecen para hacer ciertas cosas a cambio de un sobresaliente en una asignatura, o de aprobar el examen de conducir.

Sin embargo, la gente se debió de dar cuenta gradualmente de ciertas regularidades en el comportamiento de la naturaleza. Estas regularidades eran más obvias en el movimiento de los cuerpos celestes a través del firmamento. Por eso la Astronomía fue la primera ciencia en desarrollarse. Fue puesta sobre una firme base matemática por Newton hace más de 300 años, y todavía usamos su teoría de la gravedad para predecir el movimiento de casi todos los cuerpos celestes. Siguiendo el ejemplo de la Astronomía, se encontró que otros fenómenos naturales también obedecían leyes científicas definidas. Esto llevó a la idea del determinismo científico, que parece haber sido expresada públicamente por primera vez por el científico francés Laplace. Me pareció que me gustaría citar literalmente las palabras de Laplace. y le pedí a un amigo que me las buscara. Por supuesto que están en francés, aunque no esperaba que la audiencia tuviera ningún problema con esto. El problema es que Laplace, como Prewst [N. del T.: Hawking probablemente se refiere a Proust], escribía frases de una longitud y complejidad exageradas. Por eso he decidido parafrasear la cita. En efecto, lo que él dijo era que, si en un instante determinado conociéramos las posiciones y velocidades de todas las partículas en el Universo, podríamos calcular su comportamiento en cualquier otro momento del pasado o del futuro. Hay una historia probablemente apócrifa según la cual Napoleón le preguntó a Laplace sobre el lugar de Dios en este sistema, a lo que él replicó "Caballero, yo no he necesitado esa hipótesis". No creo que Laplace estuviera reclamando que Dios no existe. Es simplemente que El no interviene para romper las leyes de la Ciencia. Esa debe ser la postura de todo científico. Una ley científica no lo es si solo se cumple cuando algún ser sobrenatural lo permite y no interviene.

La idea de que el estado del universo en un instante dado determina el estado en cualquier otro momento ha sido uno de los dogmas centrales de la ciencia desde los tiempos de Laplace. Eso implica que podemos predecir el futuro, al menos en principio. Sin embargo, en la práctica nuestra capacidad para predecir el futuro está severamente limitada por la complejidad de las ecuaciones, y por el hecho de que a menudo exhiben una propiedad denominada caos. Como sabrán bien todos los que han visto Parque Jurásico, esto significa que una pequeña perturbación en un lugar puede producir un gran cambio en otro. Una mariposa que bate sus alas puede hacer que llueva en Central Park, Nueva York. El problema es que eso no se puede repetir. La siguiente vez que una mariposa bata sus alas, una multitud de otras cosas serán diferentes, lo que también tendrá influencia sobre la meteorología. Por eso las predicciones meteorológicas son tan poco fiables.

A pesar de estas dificultades prácticas, el determinismo científico permaneció como dogma durante el siglo 19. Sin embargo, en el siglo 20 ha habido dos desarrollos que muestran que la visión de Laplace sobre una predicción completa del futuro no puede ser llevada a cabo. El primero de esos desarrollos es lo que se denomina mecánica cuántica. Fue propuesta por primera vez en 1900, por el físico alemán Max Planck, como hipótesis ad hoc para resolver una paradoja destacada. De acuerdo con las ideas clásicas del siglo 19, que se remontan a los tiempos de Laplace, un cuerpo caliente, como una pieza de metal al rojo, debería emitir radiación. Perdería energía en forma de ondas de radio, infrarrojos, luz visible, ultravioleta, rayos x, y rayos gamma, todos a la misma tasa. Esto no sólo significaría que todos moriríamos de cáncer de piel, sino que además todo en el universo estaría a la misma temperatura, lo que claramente no es así. Sin embargo, Planck mostró que se puede evitar este desastre si se abandonara la idea de que la cantidad de radiación puede tener cualquier valor, y se dijera en su lugar que la radiación llega únicamente en paquetes o cuantos de un cierto tamaño. Es un poco como decir que en el supermercado no se puede comprar azúcar a granel, sino sólo en bolsas de un kilo. La energía en los paquetes o cuantos es mayor para los rayos x y ultravioleta, que para la luz infrarroja o visible. Esto significa que a menos que un cuerpo esté muy caliente, como el Sol, no tendrá suficiente energía para producir ni siquiera un único cuanto de rayos x o ultravioleta. Por eso no nos quemamos por insolación con una taza de café.

Para Planck los cuantos no eran más que un truco matemático que no tenía una realidad física, lo que quiera que eso signifique. Sin embargo, los físicos empezaron a encontrar otro comportamiento, que sólo podía ser explicado en términos de cantidades con valores discretos o cuantizados, más que variables continuas. Por ejemplo, se encontró que las partículas elementales se comportaban más bien como pequeñas peonzas girando sobre un eje. Pero la cantidad de giro no podía tener cualquier valor. Tenía que ser algún múltiplo de una unidad básica. Debido a que esa unidad es muy pequeña, uno no se da cuenta de que una peonza normal decelera mediante una rápida secuencia de pequeños pasos, más que mediante un proceso continuo. Pero para peonzas tan pequeñas como los átomos, la naturaleza discreta del giro es muy importante.

Pasó algún tiempo antes de que la gente se diera cuenta de las implicaciones que tenía este comportamiento cuántico para el determinismo. No sería hasta 1926, cuando Werner Heisenberg, otro físico alemán, indicó que no podrías medir exactamente la posición y la velocidad de una partícula a la vez. Para ver dónde está una partícula hay que iluminarla. Pero de acuerdo con el trabajo de Planck, uno no puede usar una cantidad de luz arbitrariamente pequeña. Uno tiene que usar al menos un cuanto. Esto perturbará la partícula, y cambiará su velocidad de una forma que no puede ser predicha. Para medir la posición de la partícula con exactitud, deberás usar luz de una longitud de onda muy corta, como la ultravioleta, rayos x o rayos gamma. Pero nuevamente, por el trabajo de Planck, los cuantos de esas formas de luz tienen energías más altas que las de la luz visible. Por eso perturbarán aún más la velocidad de la partícula. Es un callejón sin salida: cuanto más exactamente quieres medir la posición de la partícula, con menos exactitud puedes conocer la velocidad, y viceversa. Esto queda resumido en el Principio de Incertidumbre formulado por Heisenberg; la incertidumbre en la posición de una partícula, multiplicada por la incertidumbre en su velocidad, es siempre mayor que una cantidad llamada la constante de Planck, dividida por la masa de la partícula.

La visión de Laplace del determinismo científico implicaba conocer las posiciones y velocidades de las partículas en el universo en un instante dado del tiempo. Por lo tanto, fue seriamente socavado por el Principio de Incertidumbre de Heisenberg. ¿Cómo puede uno predecir el futuro, cuando uno no puede medir exactamente las posiciones ni las velocidades de las partículas en el instante actual? No importa lo potente que sea el ordenador de que dispongas, si lo alimentas con datos deplorables, obtendrás predicciones deplorables.

Einstein estaba muy descontento por esta aparente aleatoriedad en la naturaleza. Su opinión se resumía en su famosa frase 'Dios no juega a los dados'. Parecía que había presentido que la incertidumbre era sólo provisional, y que existía una realidad subyacente en la que las partículas tendrían posiciones y velocidades bien definidas y se comportarían de acuerdo con leyes deterministas, en consonancia con Laplace. Esta realidad podría ser conocida por Dios, pero la naturaleza cuántica de la luz nos impediría verla, excepto tenuemente a través de un cristal.

La visión de Einstein era lo que ahora se llamaría una teoría de variable oculta. Las teorías de variable oculta podrían parecer ser la forma más obvia de incorporar el Principio de Incertidumbre en la física. Forman la base de la imagen mental del universo, sostenida por muchos científicos, y prácticamente por todos los filósofos de la ciencia. Pero esas teorías de variable oculta están equivocadas. El físico británico John Bell, que murió recientemente, ideó una comprobación experimental que distinguiría teorías de variable oculta. Cuando el experimento se llevaba a cabo cuidadosamente, los resultados eran inconsistentes con las variables ocultas. Por lo tanto parece que incluso Dios está limitado por el Principio de Incertidumbre y no puede conocer la posición y la velocidad de una partícula al mismo tiempo. O sea que Dios juega a los dados con el universo. Toda la evidencia lo señala como un jugador empedernido, que tira los dados siempre que tiene ocasión.

Otros científicos estaban mucho más dispuestos que Einstein a modificar la visión clásica del determinismo del siglo 19. Una nueva teoría, denominada la mecánica cuántica, fue propuesta por Heisenberg, el austriaco Erwin Schroedinger, y el físico británico Paul Dirac. Dirac fue mi penúltimo predecesor en la cátedra Lucasiana de Cambridge. Aunque la mecánica cuántica ha estado entre nosotros durante cerca de 70 años, todavía no es generalmente entendida o apreciada, incluso por aquellos que la usan para hacer cálculos. Sin embargo, debería preocuparnos a todos, puesto que es una imagen completamente diferente del universo físico y de la misma realidad. En la mecánica cuántica, las partículas no tienen posiciones ni velocidades bien definidas. En su lugar, son representadas por lo que se llama una función de onda. Esta es un número en cada punto del espacio. El tamaño de la función de onda indica la probabilidad de que la partícula sea encontrada en esa posición. La tasa con la que la función de onda cambia de punto a punto, proporciona la velocidad de la partícula. Uno puede tener una función de onda con un gran pico en una región muy pequeña. Esto significará que la incertidumbre en la posición es muy pequeña. Pero la función de onda variará muy rápidamente cerca del pico, hacia arriba en un lado, hacia abajo en el otro. Por lo tanto la incertidumbre en la velocidad será grande. De la misma manera, uno puede tener funciones de onda en las que la incertidumbre en la velocidad es pequeña, pero la incertidumbre en la posición es grande.

La función de onda contiene todo lo que uno puede saber de la partícula, tanto su posición como su velocidad. Si sabes la función de onda en un momento dado, entonces sus valores en otros momentos son determinados por lo que se llama la ecuación de Schroedinger. Por lo tanto uno tiene aún un cierto determinismo, pero no del tipo que Laplace imaginaba. En lugar de ser capaces de predecir las posiciones y las velocidades de las partículas, todo lo que podemos predecir es la función de onda. Esto significa que podemos predecir sólo la mitad de lo que podríamos de acuerdo con la visión clásica del siglo 19.

Aunque la mecánica cuántica lleva a la incertidumbre cuando tratamos de predecir la posición y la velocidad a un mismo tiempo, todavía nos permite predecir con certidumbre una combinación de posición y velocidad. Sin embargo, incluso este grado de certidumbre parece estar amenazado por desarrollos más recientes. El problema surge porque la gravedad puede torcer el espacio-tiempo tanto que puede haber regiones que no observamos.

Curiosamente, el mismo Laplace escribió un artículo en 1799 sobre cómo algunas estrellas pueden tener un campo gravitatorio tan fuerte que la luz no podría escapar, siendo por tanto arrastrada de vuelta a la estrella. Incluso calculó que una estrella de la misma densidad que el Sol, pero doscientas cincuenta veces más pequeña, tendría esta propiedad. Pero aunque Laplace podría no haberse dado cuenta, la misma idea había sido propuesta 16 años antes por un hombre de Cambridge, John Mitchell, en un artículo en Phylosophical Transactions of the Royal Society. Tanto Mitchel como Laplace concebían a la luz como formada por partículas, más bien como bolas de cañón, que podían ser deceleradas por la gravedad, y hechas caer de vuelta a la estrella. Pero un famoso experimento llevado a cabo por dos americanos, Michelson y Morley, en 1887, mostraron que la luz siempre viajaba a una velocidad de ciento ochenta y seis mil millas por segundo, no importa de dónde viniera. Cómo podía entonces la gravedad decelerarla, y hacerla caer de nuevo.

De acuerdo con las ideas sobre el espacio y el tiempo vigentes en aquel momento esto era imposible. Sin embargo, en 1915 Einstein presentó al mundo su revolucionaria Teoría General de la Relatividad en la cual espacio y tiempo dejaban de ser entidades separadas e independientes. Por el contrario, eran meramente diferentes direcciones de una única noción llamada espacio-tiempo. Esta noción espacio-tiempo no era uniforme sino deformada y curvada debido a su energía inherente. Para que se entienda mejor, imagínese que colocamos un peso (que hará las veces de estrella) sobre una lámina de goma. El peso (estrella) formará una depresión en la goma curvándose la zona alrededor del mismo en contraposición a la planicie anterior. Si hacemos rodar canicas sobre la lámina de goma, sus rastros serán espirales más que líneas rectas. En 1919, una expedición británica en el Oeste de África observaba la luz de estrellas lejanas que cruzaba cerca del sol durante un eclipse. Descubrieron que las imágenes de las estrellas variaban ligeramente de sus posiciones habituales; esto revelaba que las trayectorias de la luz de las estrellas habían sido curvadas por el influjo del espacio-tiempo que rodea al sol. La Relatividad General había sido confirmada.

Imagínese ahora que colocamos pesos sobre la lámina de goma cada vez más cuantiosos y de manera más intensiva. Hundirán la plancha cada vez más. Con el tiempo, alcanzado el peso y la masa crítica se hará un agujero en la lámina por el que podrán caer las partículas pero del que no podrá salir nada.

Según la Teoría General de la Relatividad lo que sucede con el espacio-tiempo es bastante similar. Cuanto más ingente y más densa sea una estrella, tanto más se curvará y distorsionará el espacio-tiempo alrededor de la misma. Si una estrella inmensa que ha consumido ya su energía nuclear se enfría encogiéndose por debajo de su masa crítica, formará literalmente un agujero sin fondo en el espacio-tiempo por el que no puede pasar la luz. El físico americano John Wheeler llamó a estos objetos “agujeros negros” siendo el primero en destacar su importancia y los enigmas que encierran. El término se hizo popular rápidamente. Para los americanos sugería algo oscuro y misterioso mientras que para los británicos existía además la amplia difusión del Agujero Negro de Calcuta. Sin embargo los franceses, muy franceses ellos, percibieron algo indecente en el vocablo. Durante años se resistieron a utilizar el término, demasiado negro, arguyendo que era obsceno; pero era parecido a intentar luchar contra préstamos lingüísticos como “le weekend” y otras mezcolanzas del “franglés”. Al final tuvieron que claudicar. ¿Quién puede resistirse a una expresión así de conquistadora?

Ahora tenemos evidencias de la existencia de agujeros negros en diferentes tipos de entidades, desde sistemas de estrellas binarios al centro de las galaxias. Por lo tanto, la existencia de agujeros negros está ampliamente aceptada hoy en día. Con todo y al margen de su potencial para la ciencia ficción, ¿cuál sería su relevancia para el determinismo? La respuesta reside en una pegatina de parachoques que tenía en la puerta de mi despacho: “los agujeros negros son invisibles”. No sólo ocurre que las partículas y los astronautas desafortunados que caen en un agujero negro no vuelven nunca, sino que la información que estos portan se pierde para siempre, al menos en nuestra demarcación del universo. Puede lanzar al agujero negro aparatos de televisión, sortijas de diamantes e incluso a sus peores enemigos y todo lo que recordará el agujero negro será su masa total y su estado de rotación. John Wheeler llamó a esto “un agujero negro no tiene pelo”. Esto confirma las sospechas de los franceses.

Mientras hubo el convencimiento de que los agujeros negros existirían siempre, esta pérdida de información pareció no importar demasiado. Se podía pensar que la información seguía existiendo dentro de los agujeros negros. Simplemente es que no podemos saber lo que hay desde fuera de ellos pero la situación cambió cuando descubrí que los agujeros negros no son del todo negros. La Mecánica Cuántica hace que estos emitan partículas y radiaciones a un ritmo constante. Estos hallazgos me asombraron no sólo a mí si no al resto del mundo pero con la perspectiva del tiempo esto habría resultado obvio. Lo que se entiende comúnmente como “el vacío” no está realmente vacío ya que está formado por pares de partículas y antipartículas. Estas permanecen juntas en cierto momento del espacio-tiempo, en otro se separan para después volver a unirse y finalmente aniquilarse la una a las otra. Estas partículas y antipartículas existen porque un campo, tal como los campos que transportan la luz y la gravedad no puede valer exactamente cero. Esto denotaría que el valor del campo tendría tanto una posición exacta (en cero) como una velocidad o ritmo de cambio exacto (también cero). Esto violaría el Principio de Incertidumbre porque una partícula no puede tener al tiempo una posición y una velocidad constantes. Por lo tanto, todos los campos deben tener lo que se denomina fluctuaciones del vacío. Debido al comportamiento cuántico de la naturaleza se puede interpretar estas fluctuaciones del vacío como partículas y antipartículas como he descrito anteriormente.

Estos pares de partículas se dan en conjunción con todas las variedades de partículas elementarías. Se denominan partículas virtuales porque se producen incluso en el vacío y no pueden ser mostradas directamente por los detectores de partículas. Sin embargo, los efectos indirectos de las partículas virtuales o fluctuaciones del vacío han sido estudiados en diferentes experimentos, siendo confirmada su existencia.

Si hay un agujero negro cerca, uno de los componentes de un par de partículas y antipartículas podría deslizarse en dicho agujero dejando al otro componente sin compañero. La partícula abandonada puede caerse también en el agujero o bien desplazarse a larga distancia del mismo donde se convertirá en una verdadera partícula que podrá ser apreciada por un detector de partículas. A alguien muy alejado del agujero negro le parecerá que la partícula ha sido emitida por el mismo agujero.

Esta explicación de cómo los agujeros negros no son tan negros clarifica que la emisión dependerá de la magnitud del agujero negro y del ritmo al que esté rotando. Sin embargo, como un agujero negro no tiene pelo, citando a Wheeler, la radiación será por otra parte independiente de lo que se deslizó por el agujero. No importa lo que arroje a un agujero negro: aparatos de televisión, sortijas de diamantes o a sus peores enemigos. Lo que de allí sale es siempre lo mismo.

Pero ¿qué tiene esto que ver con el determinismo que es sobre lo que se supone que versa esta conferencia? Lo que esto demuestra es que hay muchos estados iniciales (incluyendo aparatos de televisión, sortijas de diamantes e incluso gente) que evolucionan hacia el mismo estado final, al menos fuera del agujero negro. Sin embargo, en la visión de Laplace sobre el determinismo había una correspondencia exacta entre los estados iniciales y los finales. Si usted supiera el estado del universo en algún momento del pasado podría predecirlo en el futuro. De manera similar, si lo supiera en el futuro, podría deducir lo que habría sido en el pasado. Con el advenimiento de la Teoría del Cuanto en los años 20 del siglo pasado se redujo a la mitad lo que uno podía predecir pero aún dejó una correspondencia directa entre los estados del universo en diferentes momentos. Si uno supiera la función de onda en un momento dado, podría calcularla en cualquier otro.

Sin embargo, la situación es bastante diferente con los agujeros negros. Uno se encontrará con el mismo estado fuera del agujero, independientemente de lo que haya lanzado dentro, a condición de que tenga la misma masa. Por lo tanto, no hay una correspondencia exacta entre el estado inicial y el estado final ya fuera del agujero negro. Habrá una correspondencia exacta entre el estado inicial y el final ambos fuera o ambos dentro del agujero negro. Sin embargo, lo importante es que la emisión de partículas y la radiación alrededor del agujero provocan una reducción en la masa del mismo y se empequeñece. Finalmente, parece que el agujero negro llega a la masa cero y desaparece del todo. Pero, ¿qué ocurre con todos los objetos que fueron lanzados al agujero y con toda la gente que o bien saltó o fue empujada? No pueden volver a salir porque no existe la suficiente masa o energía sobrante en el agujero negro para enviarlos fuera de nuevo. Puede que pasen a otro universo pero eso nos da lo mismo a los que somos lo suficientemente prudentes como para no saltar dentro de un agujero negro. Incluso la información de lo que cayó dentro del agujero no podría salir de nuevo cuando el agujero desaparezca por último. La información no se distribuye gratuitamente como bien sabrán aquellos de ustedes que paguen facturas telefónicas. La información necesita energía para transportarse, y no habrá suficiente energía de sobra cuando el agujero negro desaparezca.

Lo que todo esto significa es que la información se perderá de nuestra demarcación del universo cuando se formen los agujeros negros para después desvanecerse. Esta pérdida de información implica que podemos predecir incluso menos de lo pensamos, partiendo de la base de la teoría cuántica. En esta teoría puede no ser factible predecir con certidumbre la posición y la velocidad de una partícula al mismo tiempo. Hay sin embargo una combinación de posición y velocidad que sí puede ser predicha. En el caso de un agujero negro, esta predicción específica concierne a los dos miembros de un par de partículas-antipartículas pero únicamente podemos detectar la partícula expulsada. No hay modo alguno, incluso en un principio, de poner de manifiesto la partícula que se precipita al agujero. Por lo tanto, por lo que sabemos, podría estar en cualquier estado. Esto significa que no podemos hacer ninguna predicción concreta acerca de la partícula que expulsa el agujero. Podemos calcular la probabilidad de que la partícula tenga esta o aquella posición o velocidad pero no podemos predecir con precisión una combinación de la posición y velocidad de sólo una partícula porque su velocidad y posición van a depender de la otra partícula, la cual no está bajo nuestra observación. Así que Einstein estaba sin lugar a dudas equivocado cuando dijo, “Dios no juega a los dados”. No sólo Dios juega definitivamente a los dados sino que además a veces los lanza a donde no podemos verlos.

Muchos científicos son como Einstein en el sentido de que tienen un lazo emocional muy fuerte con el determinismo pero al contrario que Einstein han aceptado la reducción en nuestra capacidad para predecir que nos había traído consigo la teoría cuántica. Pero ya era mucho. A estos no les gustó la consiguiente reducción que los agujeros negros parecían implicar. Pensar que el universo es determinista, como creía Laplace, es simplemente inocente. Presiento que estos científicos no se han aprendido la lección de la historia. El universo no se comporta de acuerdo a nuestras preconcebidas ideas. Continúa sorprendiéndonos.

Podría pensarse que no importa demasiado si el determinismo hizo aguas cerca de los agujeros negros. Estamos casi seguros de estar al menos a unos pocos años luz de agujero negro de cualquier tamaño pero según el Principio de Incertidumbre, cada región del espacio debería estar llena de diminutos agujeros negros virtuales que aparecerían y desaparecerían una y otra vez. Uno pensaría que las partículas y la información podrían precipitarse en estos agujeros negros y perderse. Sin embargo, como estos agujeros negros virtuales son tan pequeños (cien billones de billones más pequeños que el núcleo de un átomo) el ritmo al cual se perdería la información sería muy bajo. Esto es por lo que las leyes de la ciencia parecen deterministas, observándolas con detenimiento. Sin embargo, en condiciones extremas, tales como las del universo temprano o las de la colisión de partículas de alta energía, podría haber una significativa pérdida de información. Esto conduce a la imprevisibilidad en la evolución del universo.

En resumen, de lo que he estado hablando es de si el universo evoluciona de manera arbitraria o de si es determinista. La visión clásica propuesta por Laplace estaba fundada en la idea de que el movimiento futuro de las partículas estaba determinado por completo, si su sabían sus posiciones y velocidades en un momento dado. Esta hipótesis tuvo que ser modificada cuando Heisenberg presentó su Principio de Incertidumbre el cual postulaba que no se podía saber al mismo tiempo y con precisión la posición y la velocidad. Sin embargo, sí que era posible predecir una combinación de posición y velocidad pero incluso esta limitada certidumbre desapareció cuando se tuvieron en cuenta los efectos de los agujeros negros: la pérdida de partículas e información dentro de los agujeros negros dio a entender que las partículas que salían eran fortuitas.

Se pueden calcular las probabilidades pero no hacer ninguna predicción en firme. Así, el futuro del universo no está del todo determinado por las leyes de la ciencia, ni su presente, en contra de lo que creía Laplace. Dios todavía se guarda algunos ases en su manga.

Es todo lo que tengo que decir por el momento. Gracias por escucharme.



Stephen Hawking


Traductores : José Luis Acuña / Ariadna Martínez






miércoles, 10 de marzo de 2010

Don Carlos

El Romanticismo es buena cosa para la cultura. Supuso la ruptura con la relativa frialdad neoclásica y, en general, introdujo en el mundo de las formas y de la estética un gusto por lo irracional que, de unas formas o de otras, ha hecho evolucionar la cultura en los últimos doscientos años. Sin embargo, para la Historia no ha sido tan bueno. Los románticos, ya se ha dicho, tenían un punto irracional del que hacían gala y, además, profesaban una admiración sin límite por algunas etapas históricas, como la Edad Media, que los hacía poco equilibrados a la hora de juzgar los tiempos pasados.

La Historia de España es, de alguna manera, víctima del punto de vista romántico. Son varios los episodios que se podrían citar, pero hoy me voy a referir a uno muy concreto: la vida del infante Don Carlos, hijo de Felipe II llamado a sucederle al frente del Imperio español sobre el que nunca se ponía el sol. Diversos escritores románticos, y muy especialmente Schiller (en música, Verdi), se fijaron en el mito de este desgraciado hijo de rey, presuntamente esclavizado y martirizado por su extraño padre. La verdad es que su padre era realmente extraño. Más bien, casi toda la familia Austria desde los Reyes Católicos hasta el Rey Prudente era para echarla de comer aparte. Con tiempo iremos hablando de ellos, poco a poco. Pero con ser Felipe raro, no es esa rareza, y mucho menos su pretendida crueldad, la que está detrás de los sufrimientos de Don Carlos.

El problema del infante era, simple y llanamente, que estaba como una regadera.

En 1568, Europa se conmocionó con la casi increíble noticia del arresto del infante Don Carlos, que entonces tenía 23 años de edad, por orden de su propio padre. No es muy normal que los príncipes vayan a la trena como cualquier chorizo de la plaza de Callao. Menos aún aquel hombre, que estaba llamado a dominar el mundo, pues iba a heredar de su padre España, los Países Bajos, las posesiones italianas, la América española, amén de casarse con la hija mayor del emperador alemán Maximiliano II la cual, para más inri, según las crónicas de la época estaba que te cagas. Todo esto se fue a la mierda con el arresto, y terminó de irse cinco meses después, cuando Don Carlos moría en la cárcel.

Pero vayamos por partes. Flash back. Ahora en la película se ve la imagen de una real boda fastuosa mientras unas letras superpuestas nos informan: «25 años antes». En efecto, estamos en 1543, cuando aún faltan dos años para que nazca Don Carlos, y la boda acojonante a la que acudimos es la que se produce entre Felipe, hijo del emperador Carlos V de Alemania y I de España, y María, la hija del rey Joao III de Portugal. Marido y mujer que, además, son primos carnales, puesto que la madre de la novia, Catalina, era hermana del emperador Carlos; no quedando ahí la cosa pues el padre de la novia, el rey Joao, y la madre del novio, Isabel, también eran hermanos. Así pues, Felipe y María eran doblemente primos, casi hermanos.


Hay quien dice que el tabú del incesto existe en todas las sociedades para evitar estas cosas, es decir que la sangre se vicie por la vía de no obtener, por así decirlo, genomas de refresco. Así pues, que Carlos saliese rarito puede tener que ver con esa consanguineidad. Aunque hay otros factores. Creo que hoy es también claro que no pocas locuras tienen carácter hereditario y, al fin y al cabo, Felipe II llevaba en su ADN la firma de Juana, llamada por la Historia La Loca, en mi opinión con entero merecimiento del mote aunque modernos relectores históricos la quieran reivindicar. El tercer factor que cabe citar es el embarazo en sí. Al parecer, María de Portugal tenía dificultades para superar, corpóreamente hablando, la edad del pavo y convertirse en una mujer hecha y derecha que se pudiera dedicar a la actividad principal de toda princesa, esto es quedarse embarazada. Los médicos de la Corte, por ello, realizaron con ella toda serie de putadas, entre las que no faltaron sangrías periódicas.

Cualquier mujer que esté hoy o lo haya estado en edad de criar sabe que el primer consejo que le dan a una mujer en una clínica de fertilidad cuando va allí a ver si le pueden dar Zumosol a sus óvulos es: «sáquese usted un poquito de sangre cada noche, y verá cómo la preñez viene sola». En fin, la medicina antigua tenía estas gilipolleces. Es evidente que si a una embarazada le provocamos una anemia lo que estamos haciendo es ponerle las cosas al feto más difíciles que a McGyver. Como consecuencia del tratamiento recibido, pues, María estaba muy débil cuando, en 1545, se quedó finalmente embarazada. Y esto no es algo con lo que haya que especular pues, tan sólo cuatro días después del parto del niño, su corazón dijo al carajo, y se paró for good.

Carlos mostró desde muy niño rasgos de cierto desequilibrio cruel. Por ejemplo, llegó a herir a tres de sus nodrizas mediante otros tantos mordiscos violentos en sus pezones. Las cosas que se saben de él recuerdan mucho al último Austria, el rey Carlos II, llamado El Hechizado. Como a él, a Don Carlos le costó mucho aprender a hablar, pues tenía tres años cuando empezó a balbucear algunas palabras; cuando lo hizo, hablaba como un gilipollas, motivo por el cual le cortaron el frenillo de la lengua (como puede verse, Don Carlos era un desequilibrado; pero, en manos de aquellos médicos, se convertía en desequilibrado y medio).

Una característica de algunos desequilibrados, que los hace tan adecuados para el trabajo de dictador, es la insensibilidad hacia el dolor ajeno. Carlos, de eso, tenía mucho; además, era príncipe, y eso ayudaba. Con siete años se cabreó con un paje y, ni corto ni perezoso, exigió que fuese ahorcado. Como no le hicieron caso, se declaró en huelga de hambre, que sólo abandonó cuando ahorcaron en su presencia a un muñeco que se parecía al paje; de donde deducimos que tampoco debía de ser un lince precisamente pues hasta yo, que soy medio idiota, sé distinguir a mi vecino de un muñeco que se parece a mi vecino.

Otro aspecto refinado de su crueldad se manifestaba con los animales. Los conejos que le traían los hacía asar vivos y tuvo una tortuga como mascota, a la que encabronó de tal manera con sus jueguecitos que, un día, la tortuga le mordió en un dedo. Ni corto ni perezoso, le arrancó la cabeza de un mordisco. Otro día se encerró en una caballeriza con veinte caballos, a los que maltrató del tal manera que los equinos acabaron inservibles y bañándose en su propia sangre.

Desde muy chiquito, abandonó la primera persona al hablar. Se refería a sí mismo como «el niño», y hablaba de sí mismo en tercera persona. Aunque esto, probablemente, no es muy raro; he visto a algunos niños pequeños hacerlo durante una temporada.

Es mi convencimiento personal, aparte de que me parece un hecho completamente lógico, que el hecho de ser príncipe agravó la locura de Don Carlos, sobre todo por la vía de la megalomanía. Hay que recordar, en este punto, que el muchacho apenas tenía once años de edad cuando fue elevado de la condición de infante a la de príncipe. Un episodio con su abuelo Carlos deja claro que aquel zote pensaba que todo el mundo estaba a su servicio. Como es bien sabido, el emperador se retiró en vida, para morir en el bellísimo monasterio de Yuste. Cuando llegó a España para su retiro, paró unos días en Valladolid, donde conoció a su nieto, al que entonces aún no había visto en toda su vida. Llevaba el emperador un artilugio entonces desconocido en España: una estufa portátil. Su nieto la vio y se encaprichó con ella. El viejo emperador, por supuesto, le contestó que y unos cojones. Entonces Don Carlos montó un expolio de tal calibre que el mismísimo Carlos V, acojonado, tuvo que jurarle solemnemente que, a su muerte, él heredaría la puta estufa. Sólo entonces se tranquilizó el príncipe.

Caprichoso hasta la médula, Carlangas hacía cosas de guardia urbano. Su primo el rey de Portugal trajo una vez un elefante de África y se lo regaló. Don Carlos quedó tan prendado del proboscídeo que hacía que se lo subiesen a su habitación. No le arriendo la ganancia al personal de limpieza del palacio cada vez que el animal se cagase por el pasillo.

El domingo 19 de abril de 1562, Don Carlos bajaba las escaleras de su residencia en Alcalá de Henares. En una escalera resbaló, bajó rodando y se pegó un hostión con la cabeza contra una puerta cerrada. Tuvo fiebres unos días, lo normal, pero cosa de una semana después, la herida de la cabeza se complicó y comenzó a supurar. La fiebre subió, el príncipe comenzó a irse por la pata abajo y la pierna derecha dejó de responderle. Lo dieron por muerto con seguridad, hasta el punto que el rey Felipe llegó a ordenar los funerales. No obstante, los médicos acabaron salvándolo mediante una trepanación con la que limpiaron la herida. Aunque lo que España creyó en aquel entonces fue otra cosa pues, después de la operación, alguien se acordó de que en un convento cercano se veneraban los huesos de un tal fraile Diego que había sido muy bueno, así pues fueron allí, pillaron el esqueleto, lo acostaron en la cama junto al enfermo y anduvieron un rato tamborileándole con los huesos en la cabeza al moribundo, que acabó por recuperarse, tal vez porque la impresión de despertarte y encontrarte acostado con un esqueleto es una de esa cosas que te aminan a levantarte. Pero la enfermedad fue tan grave que, cuando se levantó de la cama, pesaba menos de 40 kilos. Tenía 17 años.

Hay quien dice que el príncipe nunca se recuperó de aquella hostia. En 1564 lo encontramos ya incorporado a la Corte, pues ya era mayor, se había acordado ya el matrimonio con Ana la buenorra, y tenía que convertirse en un auténtico cortesano. La descripción que nos dejó el embajador alemán en Madrid del candidato es como para salir huyendo el día de la boda. Nos dice que el príncipe tenía el cabello castaño, la frente alta, ojos verdes, barbilla saliente (marca de la casa), cutis indefinido, estrechez de pecho (herencia de su anémica crisis de dos años antes), un hombro más alto que el otro, una pierna izquierda bastante más larga que la derecha, muslos exageradamente delgados y, en general, dificultades visibles para el uso de la mitad derecha de su cuerpo. Voz atiplada y un poco femenina, rara vez se aseaba, comía como una bestia y nunca bebía alcohol, aunque el agua había que filtrársela con nieve porque nunca la encontraba suficientemente fría.

O sea: igualito que Richard Gere en Oficial y Caballero, sólo que codificado.

El pueblo informado y los maledicentes de la Corte bautizaron a Don Carlos «el capón». Si hemos de creer en el paralelismo entre Don Carlos y Carlos II, deberíamos recordar aquí que, en la autopsia de El Hechizado, una de las cosas que sorprendió a los médicos fue que tenía unos testículos minúsculos que, al parecer, aparecieron negros y como marchitos. Dado que la Historia tiene por casi cierto que Don Carlos pudo sufrir raquitismo en su infancia (lo que explicaría los muslines y otras cosas), es posible que eso también afectase a su sexualidad. Los hombres de la corte de Felipe II iban contando a los embajadores que lo que ocurría es que su primera vez no había sido gran cosa y, por eso, había resuelto permanecer doncello hasta el matrimonio, como el chico que ama a Laura. Pero es una explicación poco convincente. De hecho, en 1567 contrató a tres médicos que le ayudasen a follar. Le prepararon un brebaje, pero debía de ser peor que la Viagra porque a la chica que se tenía que pasar por la piedra le pagaron un pastón y le compraron una casa para que no fuese por ahí contando lo que había pasado o, mejor dicho, lo que no había pasado. Aún así, todo Madrid se enteró de la historia.

Con el tiempo en la Corte, su megalomanía empeoró. Un día caminaba por la calle ya en la noche y tuvo la mala suerte de no oír las voces de alguien que, desde una ventana, lanzaba a la calle unos orines y quizás otros productos corpóreos más sólidos, como entonces era costumbre porque las casas no tenían water close. Encabronado, dio orden de que todos los habitantes de la casa fuesen muertos y la casa quemada, y costó bastante no cumplir la orden. En otra ocasión al duque de Alba, por oscuras razones, se le tiró con un puñal en la mano.

En 1567, Felipe II resuelve suspender su proyectada visita a los Países Bajos. El megalómano Don Carlos llega a la conclusión que eso es un desaire hacia él, una muestra de desconfianza. Es el momento en el que rompe ya definitivamente con su padre, al que desde ese momento odiará como a la tortuga que un día le mordió. Además, decide huir de España. Su locura fue probablemente en aumento pues desarrolló una manía persecutoria en que la quería ver el palacio repleto de enemigos, hasta tal punto que un mecánico francés, Luis de Foix, tuvo que construirle un artilugio que le permitía atrancar la puerta de la habitación desde la cama. Se hizo construir un libro de hierro para poder tirárselo a la cabeza a quien entrase a por él en la habitación.

Lo que sabemos es que Felipe II estuvo puntualmente informado de los planes de su hijo. Don Carlos le confesó sus planes a Don Juan de Austria, hijo bastardo del emperador Carlos, a quien le faltó tiempo para contárselo al rey. Asimismo, Don Carlos, en el curso de una confesión, aseveró que sentía un odio mortal hacia su padre, motivo por el cual el fraile confesor no sólo le dio la absolución, sino que se fue rápidamente con el queo al rey (y ole con ole y ole el secreto de confesión).

El domingo 18 de enero de 1568, sabiendo el rey por el correo mayor Raimundo de Taxis que Don Carlos había pedido caballos frescos y que, por lo tanto, la huida era inminente, Felipe II hizo romper en secreto el artilugio que atrancaba la puerta, esperó a que su hijo estuviese dormido y entonces, acompañado por Ruy Gómez de Silva, el duque de Feria, el prior Antonio de Toledo y Luis Quijada, se fue a por él.

Lo encontraron en la habitación dormido con un yelmo puesto, una cota de malla y una espada junto a él. Sin despertarlo, le quitaron la espada, una pistola que tenía bajo la almohada y el libro de hierro. Cuando se despertó, el rey le informó, glacialmente, que estaba preso y que nunca volvería a salir de aquella habitación, que unos lacayos ya estaban cegando clavando maderas en las ventanas. Don Carlos reaccionó malamente. Intentó tirarse al fuego de la chimenea, pero el cura se lo impidió. Luego agarró un candelabro con el que intentó abrirse la cabeza a hostiones, pero también se lo impidieron.

En su cautiverio, que finalmente se produjo en una torre de palacio, Don Carlos se negó a comer y cayó en un estado catatónico que recuerda al de la reina Juana; pasaba horas tumbado en el suelo mirando a ninguna parte. A veces se tostaba en la estufa y otras mandaba pedir hielo, lo picaba, lo extendía dentro de la cama y luego se metía dentro, casi desnudo.

En julio de 1568 se tomó una empanada enorme entera que le dio mucha sed. Para calmarla tomó cantidades enormes de agua helada, como era su costumbre. La consecuencia fue una diarrea brutal que, débil como estaba, acabó con él el 24 de julio, a las cuatro de la mañana. Las crónicas nos dicen que murió plenamente consciente, confortado con los santos sacramentos y pidiendo perdón por sus ofensas tanto a Dios como a su padre. A mí, la verdad, me cuesta creerlo.

El gran misterio histórico de esta movida es la razón del arresto. Algunos historiadores han llegado a decir que Don Carlos no huía a humo de pajas; que en realidad había llegado a algún tipo de entendimiento con los rebeldes de los Países Bajos para irse allí y, una vez huido, liderar una secesión del territorio bajo su corona. A mí esta teoría siempre me ha costado creerla, primero porque, que yo sepa, las constancias documentales, siquiera de la sospecha, son escasas. Y, en segundo lugar, está el propio Don Carlos. Era un tipo tan desequilibrado que, aunque sólo fuese por su propia seguridad, es más que probable que se encontrase muy vigilado por los agentes de su padre. Si en condiciones normales es difícil conspirar contra un rey, ¿cómo será de difícil cuando ese mismo rey, conspires o no, está vigilándote hasta cuando vasa mear?

La lista de los reyes de España tiene algunos hitos bastante negrillos. Algunos reyes han sido malos y otros muy malos. Y todo parece indicar, la verdad, que, se pongan Schiller y Giuseppe Verdi debubito supino, decubito prono o como se pongan, si este pollo llega a reinar, hoy lo recordaríamos en el pelotón de los torpes.

JDJ.

http://historiasdehispania.blogspot.com/2008/01/don-carlos.html



Historia de EEUU

Poemas

LA GARGANTA QUEBRADA DEL DIOS DE LOS SALVAJES




Los finales agotan y embotan la mente,

los cuerpos que se mecen en la vida, las entrañas de la tierra se abren,

la seducción de los planetas,

la máquina mental que llega.

Afuera el resplandor de la máscara,

afuera la garganta quebrada del dios de los salvajes,

la ciudad que fue cuna del ángel.

He visto la plataforma donde bailan los cerebros adormecidos

y los hombres que aman la violencia programan sus invectivas,

ni un palmo de tierra para el que desprecia la mano del sufrido trabajador.

Ellos no son dignos de contemplar el brillo de la luna,

la decisión de los legados de la tradición más antigua,

el espejismo mineral que mina los sentidos.

La nostalgia respira por la vieja caricia,

desvelados ocultos tras las ventanas iluminadas,

palabras por piratas

pero has caído en las dormidas fauces de un dragón,

has cubierto tu sueños con las escamas del recuerdo

y ahora se multiplican las razones del odio

porque sabes que la rabia es lo mejor de los desposeídos

y la tranquilidad, esa fina membrana que recubre la cordura,

es la paz de los cementerios.

Yo prefiero la perpretación en un lugar seco

y la rotundidad de lo creado,

las risas que se cuelan por las paredes

y desengaños como mundos engullidos por el sol.

El pensamiento rápido como una liebre de acero,

pájaro que canta por los agujeros de la memoria.

Basta la parodia de un mundo de oscuridad,

morir cantando como el viejo cisne.

Basta crear en lo imposible.

Tu corazón se llena de sequedad,

eres como una tierra desierta,

tu mente muerta es como el resto de un reptil.

¿A dónde vas,

hombre del santo nombre?



JOSE ANGEL PIZARRO

jueves, 4 de marzo de 2010

Filosofía de Vida II

Ante la Ley

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.


-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.


Franz Kafka