sábado, 25 de diciembre de 2010

Meet Buck.


Meet Buck from TeamCerf on Vimeo.

El Mensaka.

La moto está parada en el semáforo de un paso de peatones, con un pavo encima: un mensajero con el rótulo fosforito de su empresa en la espalda. Detengo el coche en su aleta de babor y miro la máquina. Pese a la caja portaequipajes del asiento trasero, me recuerda la hermosa moto italiana que tuve hace treinta y tantos años largos, a esa edad en que te crees invulnerable; cuando eres joven, inconsciente y capaz de salir de viaje nocturno cayendo lluvia a mantas, atravesando a ciegas pantallas de agua pulverizada de camiones por carreteras de doble dirección, y crees que estamparte contra un coche o un árbol, a 160 kilómetros por hora, es algo que sólo puede pasarle a otros, y nunca a ti. El caso, como digo, es que estoy mirando la moto y al usuario con una punzada de nostalgia. Bajo el casco y el barbur, el mensaka parece motero veterano, treintañero largo. Está tranquilo y a lo suyo, abiertas las piernas, las botas militares apoyadas en el suelo, pendiente de que el semáforo pase a verde. Pensando en sus cosas, supongo. En que va retrasado en las entregas, o a quién votar en las municipales. Cualquiera sabe. Y en ese momento, despistado al volante, frenando en el último instante porque no se había fijado en el semáforo, llega el pringao.

No hay golpe fuerte. Sólo el chirrido del frenazo sobre el asfalto. Riiiias. Miro a mi derecha y veo que un coche, deteniéndose casi de milagro en el último momento, golpea ligeramente la moto por atrás. Apenas un toque en el neumático de la rueda trasera. Cloc. Lo justo para que, sin hacerle desperfectos visibles, la moto salga despedida tres o cuatro metros adelante, con el motero pateando a un lado y a otro en desesperado esfuerzo por mantener el equilibrio. Y lo consigue, el tío. Logra estabilizarse un trecho más allá, pasadas las marcas de pintura del paso de peatones, y desde allí se vuelve para comprobar qué diablos ha ocurrido. Entonces ve el coche detenido donde antes se encontraba él, y al conductor que, petrificado, las manos agarrotadas en el volante y expresión estupefacta, lo mira reponiéndose del susto. Acojonado.

Entonces asisto a una escena memorable. Con una sangre fría envidiable, tras quedarse unos instantes mirando hacia atrás como si no diera crédito a lo ocurrido, el mensaka se baja de la moto, la pone sobre la pata de cabra, echa un vistazo comprobando que no hay daños de importancia, y luego se acerca despacio al automóvil, tomándose su tiempo. Es un tipo de aspecto rudo, vigoroso y con aparente buena salud. El casco negro, del que sólo ha levantado la visera, refuerza su aspecto amenazador. Y huelga señalar que, para entonces, los conductores de los tres o cuatro coches que estamos cerca seguimos el asunto con atención no exenta de morbo, haciendo cábalas sobre si el primer guantazo se lo va a dar el mensaka al conductor con la derecha o con la izquierda, o si se limitará a enumerarle a gritos la relación completa de sus muertos más conspicuos y frescos. El del coche debe de andar en cálculos parecidos, pues permanece atrincherado tras el volante, igual de blanco que una hoja de papel marca El Galgo. Y en ésas ocurre la cosa.

Siempre despacio, sin alterarse, el mensaka ha llegado a la altura del conductor y se inclina a mirarlo. Éste es más bien de perfil tiñalpa, con poca chicha. Salta a la vista que no sabe qué hacer ni decir, y que teme le pongan la cara como un mapa de carreteras. Entonces, cuando el motero tiene ya apoyada una mano en el abridor de la puerta, lo veo inclinarse un poco más, mirando hacia el asiento de atrás del vehículo. Sigo la dirección de su mirada y descubro a dos enanos de ocho o diez años, niña y niño, sentados allí, con sus cinturones de seguridad puestos. En ese momento, el mensaka hace una de esas cosas que a veces, hasta en los momentos más negros de la vida, puede reconciliarte con el ser humano. Se queda inmóvil un instante, como pensándoselo, la mano aún puesta en la puerta del coche. Luego se yergue despacio, mira al conductor y le suelta esta frase inmortal: «Un día te vas a matar, gamberro».

Y eso es todo. Después, sin esperar respuesta -el otro sigue sentado, sin arrestos siquiera para balbucir una excusa-, el mensaka se dirige a la moto tan tranquilo como vino, echa un último vistazo para confirmar que no hay desperfectos, sube a ella, la pone en marcha y se va. Yo meto la primera y arranco a mi vez, pues suenan detrás bocinas impacientes de coches, y veo al motero perderse en el tráfico, a la entrada de un túnel. Entonces caigo en la cuenta de que ni siquiera he podido verle la cara. Y pienso que es una lástima. Me gustaría reconocerlo en cualquier calle, con la moto parada. Aparcar cerca, señalar el bar más próximo e invitarlo a una caña.

Arturo Pérez-Reverte.

http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/573/el-mensaka-del-semaforo/

martes, 7 de diciembre de 2010

Existir.

Desde ayer no veo. No existo.
Hasta hoy no hablo. No leo.
No sé, no conozco, pero si intuyo que..

…la razón y el saber comparten camino,
el sentir siempre te busca,
el corazón siempre te late,
y la nostalgia invade tu memoria
de recuerdos pasajeros
que inundan con retazos de pintura tu pasado.

Oh, bellas pinturas del pasado,
recuerdos del presente,
remembranzas del futuro.
Adiós a los pasajeros de tu vida.
Bienvenidas las nuevas paradas del presente.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Meditaciones de un Vagabundo.

I

La verdad que no se como, ni donde. Pero lo que ya esta claro es que el buscar el por que, hoy día, es una perdida de tiempo. Todo iba bien entonces, tenía un buen trabajo, una familia, un buen porvenir, era una persona útil, querida y valorada. No se como fue todo, ahora al mirarlo con el paso del tiempo creo que todo fue como un mal sueño del que todavía no acabo de despertar.

Pero la verdad es que mi realidad hoy día dista mucho de la de entonces, de poco me sirve el intentar pensar en ello. Para ello, debería dar una vuelta por los distintos acontecimientos que han rodeado mi vida en los últimos años. Algo hoy día inútil. Más que nada por que con el ritmo de vida que tengo debo preocuparme de cosas más necesarias para mí.

Al final todo se traduce en intentar cubrir mis necesidades básicas. Intentar restaurar mi prestigio, mi vida anterior es algo de lo que ya no me preocupo, algo que durante unos años fue el objetivo de mi vida, pero al solo traerme problemas deje en el trastero del recuerdo hace mucho tiempo.

Ahora mis principios y mis necesidades son otras, más cercanas a las del hombre primitivo, son solamente cubrir mis necesidades básicas. Entre ellas están el intentar buscar todos los días algo de alimento, el buscar algún cobijo para poder dormir en las noches de invierno, el encontrar un parque y un banco cómodo en las noches de verano, y sobre todo, el rebuscar entre las basuras por que, en esta sociedad de la saciedad, siempre encontramos algo que a los demás les sobra y a mi me puede servir para solucionarme el abrigo del invierno.


Hace ya algún tiempo atrás deje sobre todo mi tierra. Sobre todo para que mi familia no me vea como estoy, hasta donde ha llegado mi degradación personal, ¿qué es lo que te ha cambiado tanto?, fue lo que me pregunto Antonio antes de irme de allí, mi amigo de la niñez. Esto fue lo que me hizo en pensar en huir de allí, el que mis hijos no me vieran como estoy, como he cambiado yo, o como ha cambiado su manera de verme.

Al fin y al cabo, todo fue culpa mía, por lo menos eso dijo el juez. Yo todavía no estoy seguro pero lo que esta claro, es que no todo el mundo reaccionamos igual ante las distintas situaciones de la vida, seguramente mi reacción fue desproporcionada pero no fue más que eso una reacción, que era posible ante la situación que se me planteo.

Algunas veces lo pienso, o mejor dicho lo pienso todos los días. La verdad que la vida entonces me sonreía, era una persona en apariencia feliz, sin más problemas que los cotidianos de cualquier persona. Llegar a fin de mes. Pagar la hipoteca. Pagar el coche, la luz, el agua, y algunas letras que teníamos pendientes.

No se muchas veces lo he pensado y ahora que tengo la oportunidad de contarlo, he decidido, que sea así. No más mentiras, solo quiero contar mi verdad, como la viví yo, y lo que fue para mí. Imagino que como en todas las películas dependerá del prisma desde el que se mire, y seguro que ni mi mujer, ni mi familia lo verá como yo. Pero bueno después de lo que voy a hacer a continuación me da igual....

viernes, 26 de noviembre de 2010

La tradición.

No, no hay tradición.
No hay existencia que no se sienta,
sin sentido entusiasmado,
perplejo, asustado, apocado o acabado.
No, no hay tradición, sin traición.
No hay tradición sin autorización,
Por que la tradición sin autoridad,
no es más tradición,
que la mentira sin su verdad.

jueves, 25 de noviembre de 2010

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Nostalgias.

http://www.youtube.com/watch?v=SU9ZP2pbqyU

MI AMIGA.

Tengo razón y los sabes. Llevo meses diciéndotelo, pero eres cobarde. Las dos tenemos claro que no hay otra salida. Además, fue idea tuya. Mi única misión ha sido alentarte, darte algunas ideas, intentar arrancarte el miedo. La verdad, no sé qué hago perdiendo el tiempo contigo. Eres patética, ahí, sentada en la cama, mirando hacia abajo. Como si el suelo tuviera solución para todos tus problemas.
Mira, yo sólo quiero ayudarte. Pero un día me cansaré, dejaré de estar a tu lado y ¿quién te echará una mano entonces?
Esas pastillas que tomas son un engaño. Te hacen sentir mejor pero, como ves, todo vuelve a ser igual cuando pasa su efecto.
Anda, hazme caso, se fuerte y demuestra de lo que eres capaz.
¡Y no te tapes los oídos!, sabes de sobra que seguirás oyéndome. Por más que presiones con  tus dedos, estaré ahí.
Por cierto, ¿qué tontería es ésa de que soy sólo una voz imaginaria y siniestra?
¿Qué sabrán ellos?
Tu amiga, eso es lo que soy.
¡Venga!, levanta la vista de una vez por todas.
Y mira qué ventana tan estupenda tienes enfrente.
Es muy fácil.
Yo iré contigo: ¡salta!      


Elena.

martes, 16 de noviembre de 2010

MISTERIOS DE OJEN.

La mañana se había levantado con grandes vientos, era un día cualquiera de otoño, en las cercanías de Marbella, en la sierra de Ojén.  Todo parecía más que la llegada del otoño, el final del verano.

Los vientos chocaban con las pequeñas empalizadas de la casa, estaba situada cerca de la carretera, pero para ello debías abandonarla, y desviarte por un sendero que en principio se hacia bien, pero que llegado un momento se complicaba para el coche.  La casa era pequeña, con una pequeña piscina fuera de agua de pozo, fría como la noche.

Dicen que en ella apareció muerto el último inquilino de la casa. Seria, al fin y al cabo un caso más de los múltiples, que se quedan sin resolver en la costa del sol.

Yo no estaba allí, ni para investigar ni para comerme la cabeza por nada, aquello era para mi anecdótico. Mi problema personal, era al fin y al cabo mi verdadero objetivo, mi visita buscaba una cura. Al fin y al cabo, estaba allí después de mi separación, y mi objetivo era centrarme y dejar de pensar en ella, olvidarme de su cara, de su presencia, era al menos un intento de huida, de centrarme en algo que me sacara de aquel pozo en el que me encontraba metido. Mi falta de sueño complicaba las cosas. De ahí, que hubiera tomado la decisión de buscar un pequeño refugio, donde centrarme en mi nueva vida.

Habían pasado los últimos días del verano, y mi llegada se había producido con las primeras lluvias. Hoy se había levantado un fuerte temporal, que subía desde el mar hasta la sierra, dando golpes de un lado a otro, y lamiendo la empalizada de la pequeña casa, se plantaba en el jardín. No era un día para salir, pero tampoco para quedarse en casa y tener que aguantar los golpes del viento contra las ventanas mal preparadas para estas ocasiones.

Todo me obligaba a coger el camino, así que me abrigue y me dispuse a salir de la casa, recogí las  llaves del coche, y me fui hacia la entrada. Antes de salir cerré bien las ventanas, aunque de poco me serviría, y me fui hacia la salida. Una vez dejado todo en orden arranque el coche y me dispuse a bajar por el cerro, el viento me echaba hacia la montaña, mientras bajaba.

Parecía todo desolado, no había gentes en las casas, o al menos eso parecía. Cuando llegue a la carretera, esta estaba vacía de autos. Sola para mí. Me dirigí hacia el pueblo más cercano, o quizás fue a Marbella. No tengo ni idea, el caso es que necesitaba tener contacto con gente, la casa estaba un poco aislada, y se echaba de menos un charla, un cruce de miradas, o alguna conversación banal, de fútbol aunque sea.

Poco a poco, fui acercándome al pueblo mientras pensaba en ella, otra vez ella, ni allí se me quitaba de la cabeza, pero bueno por otra parte era normal, había pasado poco tiempo. Aun así sabia que debía olvidarla, pero cuando lo conseguiría.

Me acerque a la entrada de un  Púb., cercano a la zona centro de Marbella, como muchos de la zona, se parecía mas a un Púb., ingles que a un bar español, pero bueno son cosas de la zona. Me aproxime al camarero y le solicite una cerveza fría,  el me la puso y me comento con un acento no andaluz, que si quería algo de comer, a lo cual le negué con la cabeza.

Pasaron un minutos, yo seguía a lo mío, con mis obsesiones, pensando por que se fue y me dejo, y en ese momento pude darme cuenta que unas chicas, muy jóvenes me miraban desde el otro lado de la barra. Hice un pequeño saludo, con una sonrisa falsa que me salio de entre los dientes. Ya no sabia, ni como coquetear con unas chicas, pero bueno daba igual.

Después de haber terminado con varias cervezas, se me acerco el camarero para decirme, que si quería cenar algo. Habían pasado las horas, las chicas ya no estaban, y yo no me había dado cuenta de nada. Pedí la cuenta, y me fui hacia el coche. Ya había sido bastante por hoy.

Me monte en el coche y me fui a casa, la casa de la montaña. Subí el cerro de malas maneras por que el viento seguía arreciando, pero aun así llegue. Me sentí un privilegiado por la prueba superada, y decidí tomarme una buena botella de vino, a mi salud……y a la suya. Bueno era la oportunidad para rememorar el ayer……lo que fue, lo que hubo, lo que ya había desaparecido. Fue una buena la que me pille, pero me vino bien para no tener que soportar los portazos de los ventanales, contra los marcos.

Al día siguiente me levante, el decorado había cambiando, me acerque a ventana y estaba en mi casa, no en Ojén. Aquello me incomodo hasta que escuche una voz que me llamaba, era la dulce voz de mi mujer. Entonces me asaltaron mis dudas. ¿Pero no lo habíamos dejado? ¿No se había terminado todo? ¿Que ocurría? ¿Que pasaba por mi cabeza, era todo un espejismo……….o vivía en el recuerdo?.

Aún así no podía olvidar los cerros de Ojén, las dulces colinas que vomitaban aire frío a mi paso… Quizás esa fue la respuesta a mis problemas, a lo mejor era la solución a mis augurios….quizás, solo quizás, a lo mejor yo no me había separado, a lo mejor nunca tuve esposa, ni nunca fui feliz………….y por eso vivía sometido a los recuerdos de mi infancia, a los recuerdos compartidos con mis padres a lo largo de mi niñez.

¿Pero por qué? Seguramente por que nunca llegue a tener recuerdos propios, sino que me alimente de lo que les escuche hablar a mis padres, a la gente que conocí cuando era niño. El por que no lo se, pero me lo puedo imaginar, quizás sería por que mis padres perdieran a un hijo, puede ser que la casa de Ojén fuera lugar de mis juegos de niñez, y a lo mejor por que no. El que murió en la piscina, fue mi padre, por que no pudo soportar la prematura muerte de su hijo………..Yo.  



 

jueves, 14 de octubre de 2010

Cuentos para pensar.

El maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían
el sentido de la misma......

- Maestro- lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado...
- Pido perdón por eso.- se disculpó el maestro - Permíteme que en señal de reparación te invite a un rico melocotón.
- Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo.
- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu melocotón yo mismo. ¿Me permites?
- Si. Muchas gracias - dijo el alumno.
- ¿ Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más comodo?...
- Me encantaría,...Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro....
- No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte...Permíteme también que te lo mastique antes de
  dártelo...
- No maestro.¡No me gustaría que hicieras eso! - se quejo sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:


- Si yo les explicara el sentido de cada cuento...sería como darles a comer una fruta masticada.



Sabiduría Sufí.


viernes, 17 de septiembre de 2010

De vita Beata.

En un viejo país ineficiente,

algo así como España entre dos guerras

civiles, en un pueblo junto al mar,

poseer una casa y poca hacienda

y memoria ninguna. No leer,

no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,

y vivir como un noble arruinado

entre las ruinas de mi inteligencia.
 
 
 
Jaime Gil de Biedma


http://www.poesi.as/jgb68020.htm

viernes, 9 de julio de 2010

Kseniya Simonova's

RESURRECCIÓN

Los cuatro hombres están a punto de hacer descender el ataúd por la fosa. Pero no lo hacen. Retroceden sobre sus propios pasos y vuelven a introducir la caja en el coche. La pequeña multitud que conforma el séquito fúnebre empieza a moverse, y lo hace de una forma extraña: caminando hacia atrás, como los cangrejos. Desandando el camino que acaban de andar. Ahora es el coche el que empieza a moverse, también marcha atrás. Resulta cómico ver a toda esa gente así, parecen niños jugando a ver quién aguanta más sin darse la vuelta. Pero nadie lo hace. Finalmente, llegan a la puerta y se van disgregando. Yo también estoy entre ellos. También camino hacia atrás. Mi ansiedad es infinita.


Y como un cangrejo se mueven las agujas del reloj. Cada segundo un segundo menos. De pronto, estoy otra vez en el hospital. Con cara de desolación. Pero la desolación se va desdibujando, porque las revoluciones que lo mueven todo se han aliado conmigo y no avanzan más. Escucharon mi súplica desesperada en el cementerio y frenaron en seco.

Y, milagrosamente, volvieron a arrancar contracorriente.

Y otra vez estoy contigo.

Y te están quitando todos esos tubos.

Y ya no lloro. Nadie llora.

Y salimos de ese lugar horrible.

Y nuestro coche emprende su viaje al pasado.

Yo conduzco.

Y como cangrejos subimos las escaleras de casa.

Y ahora estamos sentaditos. Viendo la tele.

Riéndonos, como si nada.


Elena.

jueves, 1 de julio de 2010

Rosenberg Trio - For Sephora

Aprender a aprender

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia

entre sostener una mano o encadenar un alma,

y uno aprende que el amor no significa recostarse,

y que una compañía no significa seguridad,

y uno empieza a aprender.



Que los besos no son contratos,

y los regalos no son promesas

y uno empieza a aceptar sus derrotas

con la cabeza alta y los ojos abiertos.



Uno aprende a construir todo su camino en el hoy

porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes,

y los futuros tienen una forma de caerse a la mitad.



Después de un tiempo uno aprende que “sí” es demasiado,

y hasta el calorcito del sol quema.

así que uno planta su propio jardín,

y decora su propia alma,

en lugar de esperar que alguien le traiga flores.



Y uno aprende que realmente puede aguantar

que uno realmente es fuerte,

que uno realmente vale,

y uno aprende y aprende...

y con cada adiós... uno aprende.


JORGE LUIS BORGES?

miércoles, 23 de junio de 2010

ARK.

ARK from grzegorz jonkajtys on Vimeo.

Objeción activa

Entre el pasado y el futuro resta un presente, un presente incierto, lleno de dudas, de preguntas, de cuestiones irresolubles. Por ello no vivimos en una sociedad del pensamiento, del conocimiento, sino de acción encubierta, de acciones dogmáticas que empequeñecen nuestro comportamiento adosados a nuestros sentidos.

Por eso, nuestro pasado incierto incluido en la interpretación de los nuevos pensadores, nos abre un campo de problemas que el individuo como pensador se encuentra abocado a pensar poco y actuar en base a las situaciones que se le plantean. Por ello y para ello, el hombre restituido de su inteligencia, se encuentra perseguido por la acción de su ser, imbuido en un acción desorganizada que no resuelve sus propios conflictos, sino que más bien se encuentra nuevos en su camino que interfieren todavía más en su ser.

Para ello, la sociedad como ente de masas, organiza y desinforma a la vez que va gestionando sus nuevas formas de pensamiento, aquellas que se acercan más a la confusión de la mayoría que las que se acercan a la solución de los problemas que interfieren en la vida de los ciudadanos. Quizás sea por eso, que la sociedad como un Dragón de siete cabezas muda su pensamiento para beneficiar y perjudicar siempre a los mismos.

De ser así, nos encontramos con un sistema cada vez más perfeccionado, una maquina humana, hecha por humanos y de la que los humanos somos parte activa. Pero para que esta maquina funcione, necesita de algo, eso que es necesario para que un sistema organizado funcione, que somos nosotros mismos, por lo que para poder demandar y solucionar los conflictos solo nos queda una solución, la objeción a nuestra propia actividad, a ese consumo organizado y que multiplica nuestra dependencia.

Quizás no estemos muy lejos de darnos cuenta que el alimento de la sociedad del capital, es heredera de la actividad confundida del individuo, elemento necesario para que esta funcione como el propio combustible del automovil, sino hay actividad asociada al hombre como consumo desorganizado no existe la sociedad del capital, la sociedad de las masas languidece sino es a través de la actividad y el consumo. Por tanto la sociedad del capital, se termina convirtiendo en un sociedad del riesgo, que se mantiene gracias a las opciones de riesgo y cuando estas se arriesgan demasiado nos llevan a donde estamos...........LA CRISIS.

Como una vez me contaba un cura....."No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".

martes, 15 de junio de 2010

Números + Geometría = Naturaleza.

Pequeña anécdota (verídica) para reflexionar

(Colaboración de César B.)

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:


Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.

Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.

Leí la pregunta del examen y decía: "Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro".

El estudiante había respondido: "Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio".

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de sus de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad.

Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada.

Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas.

Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta:

"Coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro. Después aplica la fórmula altura = 0,5 por A por T2. Y así obtenemos la altura del edificio".

En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar.

Le dió la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.

Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.

Perfecto, le dije, ¿y de otra manera?

Sí, contestó; este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo.

Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.

En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión.

En fin, concluyó, existen otras muchas maneras.

Probablemente, siguió, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.

En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).

Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios sus profesores habían intentado "enseñarle a pensar".

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.

http://www.todohistorietas.com.ar/cuentosparapensar.htm

martes, 8 de junio de 2010

Trailer: nuestros hijos nos acusarán.

Himnos a la noche

I

¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,


por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,

a la que todo lo alegra, la Luz

–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,

cuando ella es el alba que despunta?

Como el más profundo aliento de la vida

la respira el mundo gigantesco de los astros,

que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,

la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,

la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,

y el salvaje y ardiente animal multiforme,

pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,

de ojos pensativos y andar flotante,

de labios dulcemente cerrados y llenos de música.

Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,

la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,

ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.

Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.



Pero me vuelvo hacia el valle,

a la sacra, indecible, misteriosa Noche.

Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–

desierta y solitaria es su estancia.

Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.

En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.

–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,

breves alegrías de una larga vida,

vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,

como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.

En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.

¿No tenía que volver con sus hijos,

con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?



¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota

en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?

¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?

¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?

Un bálsamo precioso destila de tu mano,

como de un haz de adormideras.

Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.

Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos

–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,

un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,

y, entre la infinita maraña de sus rizos,

reconozco la dulce juventud de la Madre–.

¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!

¡Qué alegre y bendita la despedida del día!

Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,

por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,

para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.

Más celestes que aquellas centelleantes estrellas

nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.

Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos

–sin necesitar la Luz,

ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–

y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.

Gloria a la Reina del mundo,

a la gran anunciadora de Universos sagrados,

a la tuteladora del Amor dichoso

–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–

ahora permanezco despierto

–porque soy Tuyo y soy Mío *–



tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida

–tú me has hecho hombre–

que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,

que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente

y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.

 
Novalis (1772-1801)


http://es.wikisource.org/wiki/Himnos_a_la_noche_:_1

miércoles, 2 de junio de 2010

Ennio Morricone - Cinema Paradiso

Cuentos para pensar.

EL AMOR Y LA LOCURA.

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.


Cuando EL ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, LA LOCURA, como siempre tan loca, les propuso: ¿Jugamos al escondite?

LA INTRIGA levantó la ceja intrigada, y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse preguntó: ¿al escondite? ¿Y cómo es eso?

Es un juego - explicó LA LOCURA- , en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.

EL ENTUSIASMO bailó secundado por LA EUFORIA.

LA ALEGRÍA dio tantos saltos que terminó por convencer a LA DUDA, e incluso a la APATÍA, a la que nunca interesaba nada.

Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse ¿para qué? Si al final siempre la hallaban, la SOBERBIA opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDIA prefirió no arriesgarse...

Uno, dos, tres... comenzó a contar LA LOCURA.

La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino.

La FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos.....que si un lago cristalino , ideal para LA BELLEZA, que si la rendija de un árbol, perfecto para LA TIMIDEZ, que si el vuelo de una ráfaga de viento, magnífico para LA LIBERTAD. Así terminó por ocultarse en un rayito de Sol.

EL EGOISMO en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo.................................................................................pero sólo para él.

LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASIÓN Y EL DESEO en el centro de los volcanes.

EL OLVIDO... se me olvidó donde se escondió...pero eso no es lo importante.

Cuando LA LOCURA contaba 999.999, EL AMOR aún no se había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado...hasta que encontró un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.

Un millón, - contó LA LOCURA- y comenzó a buscar.

La primera en aparecer fue LA PEREZA sólo a tres pasos de una piedra.

Después se escuchó a LA FE discutiendo con DIOS en el cielo sobre teología y a LA PASIÓN y EL DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes.

En un descuido encontró a LA ENVIDIA y claro, pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO.

AL EGOISMO no tuvo ni que buscarlo, el sólo salió de su escondite, había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió LA BELLEZA y con la DUDA resultó más fácil todavía pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse.

Así fue encontrando a todos, EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO...que ya se le había olvidado que estaban jugando al escondite, pero sólo EL AMOR no aparecía por ningún sitio, LA LOCURA buscó detrás de cada árbol, cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y las rosas... y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó. Las espinas había herido en los ojos AL AMOR; LA LOCURA no sabía que hacer para disculparse, lloró, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra...EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA.

Anónimo.

.http://roble.pntic.mec.es/~amanzana/cuentos.htm

miércoles, 19 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

Oda

En un momento de alegría surgió como surge, entre la tristeza de la riqueza y la felicidad de la pobreza. Quizás fue por eso, por lo que entonces nos dimos cuenta que era el momento.

Pero como todos los momentos de la vida, vino encaminado a mi con el favor de las opiniones, resguardado en un viejo gabán, oscurecido por la suciedad, embravecido por el favor de lo antiguo, lleno de sabiduría y resurgiendo de la saciedad del momento.

Para mí, estaba lleno de vitalidad, su color pardo oscuro denotaba que el tiempo había llamado a su puerta, que la vida había pasado por el, o el había pasado por ella. Por eso me llamo la atención, me acerque al puesto y lo recogí con mis manos, lo acerque a mi rostro y exhale su aroma, olía a rancio abolengo.

Quizás fue por eso por lo que lo compre, pero siempre tuve presente que estaba de paso por mi vida, y que algún día me despediría de el, como la cría se despide de su madre después de haber hecho suyo su aroma.

Para mi fue como una segunda piel, algo que necesitas tener cerca, algo que al ponerte hace que la gente se fije en ti, algo que te acompañaba a cada paso. Por eso, sería por lo que mi vida cobró un nuevo espacio en el tiempo, buscándolo estaba desde hace tiempo. Pero el llamo a mi puerta y me dio las fuerzas necesarias para que al acompañarme, me hiciera sentirme distinto. Aún así, mi gabán, me acompañaba en las noches de invierno, pero en los tiempos de verano, acompañaba a aquellos instrumentos que sirven para vestir tu piel, aquellos que esconden tu pudor que reflejan tus gustos y los de los demás. Pero esos, pasan por tu vida y se van deshaciendo en el camino, van perdiendo la luminosidad, se van envejeciendo con el tiempo, y es él, el que acaba deshilachándolos en su camino.

Pero solo algunos, aquellos que verdaderamente se acercaron o cruzaron en tu camino, por alguna circunstancia, solo aquellos, que supieron envejecer en tu tiempo contigo, son los que perduraron en tu tiempo y te hicieron mejores, son los que te acompañaran a lo largo de tu vida, aquellos que nunca te pertenecieron y solo se toparon contigo por casualidad. Esos son los que crearon en ti una luna de ilusión que no se desvaneció con el tiempo.

Quizás sea por eso, por lo que los quisimos, no los cuidamos pero si estuvimos cuando nos necesitaron, nos acercamos a ellos y suspiramos, pues sus designios nos infligieron sus heridas, y sus miserias fueron nuestras. Pero fue por eso, nada más que por eso, por lo que lo suyo fue nuestro.

A lo mejor, esos fueron solo caminos que unieron nuestros momentos, que nos hicieron compartir nuestra vida, y disfrutar de nuestras ilusiones, aquellos que unieron sus designios como mi viejo gabán lo hizo conmigo. Recorriendo mi cuerpo y tratando de resguardecerme del frío invierno, como un padre lo hace con su cría.

Puede ser por eso que el paso del tiempo, marca el espíritu de las despedidas, como marca los encuentros, quizás fue por eso que….

Pasó el tiempo, y mi viejo gabán, destacaba más con el paso del tiempo, sus heridas que fueron mías, rasgaban sus vestiduras y dejaban al descubierto mi piel curtida por el tiempo. Por eso fue que una noche de lluvia, cuando caminaba por una avenida bajo la lluvia, me acerque a un hombre que yacía dormido en la calle, sin otro techo que el cielo.

Entonces fue cuando me dirigí hacia él, con el paso cambiado, poco a poco sin perturbar su sueño, y sin pensarlo, me quite mi viejo gabán y lo deposite en sus hombros. Cuando me iba, mi cuerpo despedía su recuerdo llorándole a través del agua que recorría mi cuerpo. Esa fue mi despedida, mi adiós, o mí hasta nunca amigo.







miércoles, 12 de mayo de 2010

Cortos que Animan - "Sexteens"

60 ESCALONES

El mundo se contempla a través de las metáforas. El mundo son sesenta escalones. El Profesor Pizarro no lo tiene muy claro, ya que la circunstancia de que es licenciado en matemáticas le ha hecho pensar que los números son la esencia de todas las cosas, de forma que esta mañana seguirá pensando como las demás. Ya ha abierto los ojos. El despertador no ha sonado, y han sido las ánimas las que han tenido que hacer el trabajo no desempeñado por esta máquina, para que luego ande el Profesor Pizarro diciendo que las ánimas no existen. Me he despertado yo por mí mismo, dirá el profesor, mientras las ánimas, sin voz ni cuerpo con el que demostrar su existencia, abandonan esta casa para seguir despertando a quienes, como éste, olvidaron programar el despertador, incrementando así las obligaciones de estas encantadoras señoritas.




Busca sus dos zapatillas, que siguen siendo dos, como sus pies, tal y como ordena la cuasi-simetría del cuerpo humano. Dos es un buen número para mantener el equilibrio, pues dos platillos tiene la balanza de la Justicia, y también la del tendero. Y con dos pies se siente equilibrado, se pone en pie y empieza a caminar. No hará falta decir que tiene dos manos, dos ojos, dos oídos y dos de todo aquello que en el cuerpo humano existe a pares. Sólo tiene una boca por la que no dice nada, pues está pensando con el único cerebro que tiene. ¿Por qué tengo un único cerebro?, Si tuviese dos cerebros mis ideas estarían mucho más equilibradas. Una musa se presenta ante él para explicarle que el cerebro está dividido en dos hemisferios que se equilibran entre sí, y el empieza a sacar conclusiones, siempre provisionales. Entonces el uno se hace dos para equilibrarse.



Después de superar los primeros inconvenientes que la vida matinal pone ante nuestros pasos, el profesor Pizarro lleva un corte en la mejilla izquierda, un poco de espuma de afeitar debajo de las orejas y una mancha de café en la única camisa que tenía limpia (y que ya está manchada). En la barriga lleva café barato, pan integral y sobrasada de Coria del Río, lugar que nunca tuvo fama de tener una sobrasada especial, dicho sea con todo respeto.



El profesor sale de su casa por la única puerta que da a la calle, y piensa en dividirla o en hacer otra puerta para que la puerta encuentre el equilibrio en el número dos, tal y como ha hecho su cerebro. Pasa por alto el detalle de que siempre que sale por la puerta termina regresando por ella, por lo que la salida y la entrada están equilibradas en su casa. Tendrá que aparecer otra musa para decirle que no abra agujeros en la pared ni haga nuevas puertas, que todo está muy bien y en equilibrio, pero la musa no aparece, pues saben que el Profesor es demasiado vago como para ponerse a hacer agujeros y puertas, y tampoco van a trabajar por trabajar.



El profesor vive en un cuarto piso, sin contar el piso bajo, lo que hace un total de cinco pisos que deben ser bajados ahora, y subidos al final del día (o incluso antes, si por mano del diablo se acordase de que tiene que regresar a casa a apagar la tostadora). Cinco pisos están separados por cuatro intervalos entre uno y otro. Ya ha terminado el primer intervalo, y se le ha ocurrido contar los escalones en el segundo. Resultan ser quince, haciendo que las cuentas no puedan apoyarse en la simplificación que ofrecen los números pares. Cuenta otro intervalo, y también son quince. Ya lleva dos, y son dos iguales, así que los multiplica, y sabe que ha contado treinta. Cuatro intervalos de quince pueden ser dos intervalos de treinta. Incluso podría hacer la cuenta general antes de bajar el último intervalo de quince y pronosticar según un criterio altamente científico que habrá otros quince escalones, y que en total habrá sesenta en los cuatro intervalos. Le parece un número bonito, y piensa que tiene suerte de vivir en una casa donde la entrada está decorada con una hermosa alfombra matemática, como son estos sesenta escalones.



¿Por qué sesenta?. El sabe que los números son importantes, pero no siempre comprende la razón. Piensa que en el círculo se puede inscribir seis veces su propio radio para formar un hexágono, pero no ve la relación con las escaleras. Piensa que las escaleras pueden ser un símbolo que represente dos meses de treinta días, tal vez mezclando la contabilidad material con la duración temporal, cuando eso es algo que no debe hacerse según dicen quienes se empeñan en mantener el tiempo separado del espacio.



Una vez en la calle trata de pensar en otra cosa, exactamente, trata de pensar en sus obligaciones, de forma que organiza sus ideas y trata de coger un autobús que lo lleve a la Universidad. Coge un taxi porque el autobús no siempre llega a su hora, y no es temprano. El tiempo vuela, y donde parecen haber pasado veinte minutos han pasado cincuenta y cinco. Piensa en esperar cinco minutos más, pero serían sesenta los minutos transcurridos, tantos minutos como escalones, y eso le hace dudar. Trata de buscar la solución a su enigma usando los dos hemisferios de su cerebro a la vez, viendo lo positivo y lo negativo, estudiando los pros y los contras, dudando entre la ciencia y la superstición, entre las corazonadas y las evidencias, y así pierde los cinco minutos que faltaban para llegar a sesenta, y después coge el taxi. La escalera puede ser una hora. Sesenta puede ser el número uno.



El profesor baja del taxi sofocado y entra en el campus. Digamos que la mancha de café resulta comprensible para la mayoría de los hombres, aunque no pasa lo mismo respecto de las mujeres, que en cada mancha de café ven la dejadez de lo masculino, la torpeza del hombre y la pereza del varón, cosas éstas que a pesar de ser lo mismo, ellas enumeran con diversas palabras para que el hombre parezca patoso, sucio y vago por el simple hecho de llevar una mancha de café. Sin embargo, la espuma de afeitar debajo de las orejas es algo que a todos llama la atención, aunque nadie avisa al profesor de su peculiar despiste. La Universidad tiene escaleras, pero no hay ninguna tanda de quince escalones, ni ningún conjunto de sesenta. Evidentemente, la Universidad no es el hogar, aunque para llegar a esta conclusión el profesor no tendría que haber contado ningún escalón. Imparte su clase a los cincuenta y siete alumnos que acuden a ella. No son sesenta. Faltan tres, piensa él. Faltan muchos más, esto lo dice la musa, que lo ha seguido hasta la Universidad. Vale, faltan muchos más, no sé donde tenía la cabeza.



El tiempo pasa, y miles de detalles, que aquí omitimos por su insignificancia, van dando forma al estilo de vida de este profesor. Un despiste, un descuido, un tropiezo. ¡Ah, disculpe, no le había visto!. Si apuntase sus tropiezos, sus infortunios, sus caídas, sus tragedias locales, sus fracasos y demás, iría haciendo una larga lista de hechos que podríamos llamar “frutos de la mala suerte”, pero él no cuenta esos pequeños detalles, porque tiene algo grande en lo que pensar. El sabe que cuatro grupos de quince son sesenta, y que sesenta escalones son lo que el destino le ofrece cada mañana (y cada noche). Subir y bajar son cosas que parecen estar en equilibrio. Puede que sea el equilibrio del número sesenta el que le abra las puertas de la luz.



Se bajan sesenta escalones, y el día se desarrolla estando en la parte de abajo. El sol está arriba mientras él está abajo, por lo que puede que el bajar sea una acción de la luna. Y la luna hace que baje la marea, y también que suba. Puede que cuando él sube sea para dormir, y que cuando baja sea para vivir. Bajar sesenta escalones no es algo molesto, porque nacer es agradable. Subir sería como ir buscando la muerte, porque arriba no está el mundo. Serán sesenta bajadas para nacer, y sesenta subidas para morir. Un escalofrío le recorre la espalda al que, entre lección y lección, se queda en las nubes. Documentos traspapelados, solteras que se alejan del soltero porque en sus orejas hay manchas blancas. La esponjosa huella que queda tras el pié que, desde sus reflexiones, viene a dar un paso sobre el mojón de Rufo (Rufo es un perro al que todavía no hemos presentado, y que ya se ha cagado en nuestro decorado). Buena suerte, dirán algunos al verlo pisar la mierda. Su puta madre, dice el profesor.

El tabaco, los canijos, la estafas, la lluvia, los precios, la competencia, las mierdas, los charcos, los choques, los modales, las miradas conflictivas, los niñatos, los borrachos, los papeles, los jefes, los alumnos, las bromas, las críticas, las manchas, los gamberros, el autobús... Sesenta escalones que siguen sin ser comprendidos por quien todas las tragedias padece, para después ignorarlas. El primer escalón será el golpe en el dedo del pie con la pata de la cama. El segundo será la cañería por la que el agua sale con sabor a cobre. El tercero puede ser la sobrasada de Coria del Río, que no está ni buena. Un corte durante el afeitado será el cuarto. Al llegar al descansillo ya estamos manchados y pensando en contar. El décimo sexto puede ser el autobús que no llega, el charco pisado o el taxista gruñón. La comida universitaria que venden como “comida sana”. Esa comida que, aunque no alargue la vida, hace que la existencia parezca mucho más larga. Esa comida puede ser el vigésimo escalón o el trigésimo. En la mitad hay un nuevo descansillo, pues será el mediodía de la primera mitad del día, y tal vez tropecemos en el trigésimo primer escalón. Puede que haya tabaco y no haya mechero, o que el paro se presente en nuestras vidas de repente, como hacen las musas. Las musas pueden ser un escalón. La máquina no admite billetes. No tenemos urta a la roteña, caballero. No has podido coger la matrícula del coche que te ha salpicado. El tercer descansillo nos acerca un poco más a los sesenta escalones que la vida tiene dispersados por sus calles. ¿Por qué sesenta?, ¿No habrá más?. Es la duda, que encabeza la última tanda de escalones. Las teorías, las reflexiones, una mierda que pisar.



Quien sube las escaleras está diciendo que ya ha superado sus sesenta escalones de hoy, y ahora viene a morir, a descansar. Mañana nacerá de nuevo, y el mundo seguirá en la calle. El profesor no entiende dónde se le ha ido el día. Está en pijama y no tiene papel para hacerse un porrito. No son horas de bajar. A veces el último escalón de la escalera lo vemos cuando creemos haberlo subido, y es entonces cuando tropezamos. El profesor no entiende por qué son sesenta. Tal vez el número no sea importante, y el profesor deba pensar en otras cosas. Puede que sesenta escalones no sean más que una casualidad, como la vida misma, incomprensible. Puede que no sea una fórmula matemática lo que necesite este hombre. El porro se lo hace con una servilleta, y se lo fuma con ganas pero sin compañía. Puede que ahora empiece a recordar los escalones que la vida le ha ofrecido en el día de hoy. Puede que no sea capaz de contar hasta sesenta porque prefiere considerarse afortunado. Ya se le cierran los ojos, y aún no ha comprendido el significado de su escalera. Tal vez sueñe. Hoy tampoco ha preparado el despertador, y las ánimas toman nota de ello. Las musas le hablarán en sueños, pero tal vez luego no recuerde lo que le dicen. ¡Profesor Pizarro, profesor pizarro!. Mire sus escaleras como si fuesen un gran poema. El mundo se contempla mejor a través de las metáforas.



Mr Nío Blackwood

besame mucho oscar aleman

http://www.youtube.com/watch?v=NWS4O0cpDvk

martes, 4 de mayo de 2010

AQUARIUS- HAIR

http://www.youtube.com/watch?v=EhbxI5eVnM4

LA HISTORIA DE LA CREACIÓN DEL MUNDO SEGÚN UN ANDALUZ

(Con la colaboración de Maria Teresa R.)




Ar prinsipio to era oscuriá y Dió nuestro señó creó la lú.


Asín le queó to enfocao, pero no había casi de ná y era aburrío.

Entonse se rascó la cabesa y se dijo: Joé qué muermo, ví a creá argo má grasioso.

Y hiso las planta vegetale y los yerbajo.

Pero entoavía era soso er mundo y Dió se jartaba de eshar siesta porque aún saburría.

Yastá, pensó, haré lo animale pa que se meneen un poquiyo y me den argo de chou espestacular. Y hiso lo bishos. Le salieron de tó los tamaño y colore, pelúos, plumaos, carvos, con pata y sin pata, con diente y sin diente, manso y cabrone y de tó asín en generá.

Aluego lo que pasó es que Dió nuetro señó no sabía cómo repartirlos pol planeta, que era entonse un paraíso terrená bastante apañao, y desidió lo siguiente: Los tiró a tos ar mar oseánico. A los que nadaron los llamó pescaos y setáceos. A los que se cagaron de mieo y se liaron a nadar como locos hasta la orilla los llamó animale terrestre purmonare. A los que se salieron der agua volando y se escondieron en lo árbole los llamó pájaro volaore. Y a los que se ajogaron los llamó cadávere.

Pero aún asín, Dio, el supremo creadó der universo, se seguía aburriendo. Y por eso hiso ar hombre.

Er hombre estaba solo y se mataba a pajillas, se refrotaba en los árbole como un oso y le salían ronshas ener nabo genitá. Fué asín que le pidió a Dió que le hasiera una pareja como lo demás bisho, que estaban tós ennoviaos meno él. Dió se compadesió y le arrancó de cuajo una costilla.

Adán, que se llamaba er tío, se retorsió como un sarmiento. Y si no, probá de arrancarse una costilla y veréi. Y con la costilla le fabricó una hembra que se llamó Evarista, pero la yamaban familiarmente Eva pa que fuera má corto. Adán y Eva se jartaban de foyá. Pero como tó lo repetío cansa, el Adán ar cabo de do año, ya se liaba con toas las mona y las oveja y las marrana del paraíso, con lo cuar la Eva le pidió la separación mu enfadá. Como no estaban casaos no se pudieron desepará y siguieron a lo suyo.

Pero ar cabo der tiempo, el Dió topoderoso, se vorvió a de aburrí, y se le ocurrió que pa que no fuera tó tan fásil ener paraíso, se tenía que inventá argo pa darle emosión. Entonse se sacó una ley que desía que to lo que había ener paraíso se podía comé menos la serpiente.

Yestando un día la Eva y el Adán tocándose los guebo como siempre debajo de una higuera, aparesío por entre las rama una serpiente gorda, maja y hermosa que venía a ofreserle una mansana cojonua golden pa que la probaran. El Adán y la Eva que vieron aquello de una serpeinte con una mansana en la boca, le atisaron un peñaso y se la hisieron al horno. Dió nuestro señó se dio cuenta de que le habían desobedesío y antonse mandó un angelote antidisturbio con porra de fuego y casco de pluma pa que lo espursara der paraíso terrená y se fueran a tomar por culo...!!!

Yahí sacabó la guena vida. La que hay ahora ya la conoséi ustede.

Y no me quiero poné de pesao, pero asín fue la cosa y por eso nos va como nos va.

Lo que no entiendo e porque esharon a los animale.



http://www.todohistorietas.com.ar/cuentos7.htm#UFDT

martes, 27 de abril de 2010

AZAZEL: EL DEMONIO DE DOS CENTIMETROS

Conocí a George en un congreso literario celebrado hace muchos años, y me llamó la atención el peculiar aire de inocencia y de candor que mostraba su rostro redondo y de mediana edad. Inmediatamente decidí que era la clase de persona a quien uno le dejaría la cartera para que se la guardase mientras se bañaba.


El me reconoció por mis fotografías en la contraportada de mis libros y me saludo alegremente, diciéndome lo mucho que le gustaban mis cuentos y mis novelas, lo cual, naturalmente, me dio una excelente opinión de su inteligencia y buen gusto.

Nos estrechamos cordialmente las manos, y el dijo:

-Me llamo George Bitternut

-Bitternut- repetí, para fijármelo en la mente -. Un apellido poco corriente.

-Danés- respondió -, y muy aristocrático. Desciendo de Cnut, más conocido como Canuto, un rey que conquistó Inglaterra a comienzos del siglo XI. Un antepasado mío era hijo suyo: bastardo, naturalmente.

-Naturalmente -murmuré, aunque no veía por que había que darlo por sentado.

-Le pusieron de nombre Cnut, como su padre- continuó George -, y cuando fue presentado al rey, el soberano dijo: 'Voto a bríos, ¿éste es mi heredero?'

-'No exactamente- respondió el cortesano que estaba meciendo al pequeño Cnut -, pues es ilegítimo, ya que su madre es la lavandera a la que vos...' 'Ah- dijo el rey -, éso es mejor'. Y como Bettercnut (en inglés better significa mejor) se le conoció a partir de ese momento. Únicamente con ese nombre. Yo lo he heredado por línea masculina directa, salvo que las vicisitudes del tiempo han acabado por cambiarlo a Bitternut.

Y sus azules ojos me miraron con una especie de hipnótica inocencia, que impedía toda duda.

-¿Quiere almorzar conmigo?- pregunté, moviendo la mano en dirección al restaurante profusamente decorado que, evidentemente, estaba destinado sólo a personas poseedoras de carteras bien repletas.

-¿No le parece que ese local es un poco ostentoso y que la cafetería del otro lado podría...?- respondió George. -Como invitado mío- añadí.

George frunció los labios y dijo:

- Ahora que lo miro bajo una luz mas favorable, veo que tiene una atmósfera un tanto hogareña. Si, almorzaré con usted.

Mientras tomábamos el plato principal, George dijo:

-Mi antepasado Bettercnut tuvo un hijo, al que llamó Sweyn. Un buen nombre Danés.

-Si, ya sé- respondí -. El padre del Rey Cnut se llamaba Sweyn Forbeard. En tiempos modernos el nombre se suele escribir Sven.

George frunció levemente el ceño y dijo:

-No hace falta que alardee de sus conocimientos de estas cosas, amigo mío. Admito que tiene usted los rudimentos de una educación.

Me sentí abochornado.

-Lo siento.

Agitó la mano en ademán de magnánimo perdón, pidió otro vaso de vino y prosiguió:

-Sweyn Bettercnut se sentía fascinado por las mujeres, característica que hemos heredado todos los Bitternut, y tenía mucho éxito con ellas..., como ha sido el caso con todos sus descendientes. Se sabe que muchas mujeres, después de separarse de él, meneaban la cabeza en señal de admiración y decían: 'Oh, es todo un Sweyn.' Y también era un archimago.

Hizo una pausa y, luego, preguntó con brusquedad:

-¿Sabe usted qué es un archimago?

-No- mentí, no deseando volver a hacer una ofensiva ostentación de mis conocimientos -, ¿Qué es?

-Un archimago es un mago eminente- aclaró George, con lo que pareció un suspiro de alivio -. Sweyn estudiaba las artes arcanas y ocultas. Entonces era posible hacerlo, pues aún no había surgido todo ese desagradable escepticismo moderno.

Estaba consagrado a la tarea de encontrar la manera de persuadir a las jovencitas para que observaran con él esa clase de comportamiento dulce y complaciente que es la corona de la femineidad, y rehuyesen todo lo que era huraño y hosco.

-Ah- dije, con tono comprensivo.

-Para eso necesitaba demonios, y perfeccionó medios para invocarlos, quemando ciertas hierbas aromáticas y pronunciando determinados conjuros semiolvidados.

-¿Y daba resultado, señor Bitternut?

-Llámeme George. Claro que daba resultado. Tenía legiones de demonios que trabajaban para él, pues, como con frecuencia se lamentaba, las mujeres de la época eran seres tercos y obstinados, que oponían, a su pretensión de ser nieto de un rey, ásperas observaciones sobre la naturaleza de la descendencia. Sin embargo, una vez que un demonio ejecutaba su obra, comprendían que un hijo natural era, simplemente, natural.

-¿Está seguro de todo éso, George?

-Naturalmente, pues el verano pasado encontré su libro de recetas para invocar demonios. Lo hallé en un viejo castillo inglés que actualmente está en ruinas, pero que en otro tiempo perteneció a mi familia. Se especificaban las hierbas exactas, la forma de quemarlas, el ritmo, los conjuros, las entonaciones. Todo. Estaba escrito en inglés antiguo, anglosajón, ya sabe, pero yo tengo un poco de lingüista y ...

Se me hizo patente un ligero escepticismo.

-Usted bromea- dije.

Me miró con altivez.

-¿Por qué cree semejante cosa?, ¿acaso me estoy riendo? Se trata de un libro auténtico. Yo mismo experimenté las recetas.

-Y obtuvo un demonio.

- Sí, en efecto- respondió, señalándose de manera significativa el bolsillo superior de la chaqueta.

- ¿Lo tiene ahí?

George se toco el bolsillo, y parecía a punto de asentir cuando sus dedos palparon algo importante, o tal vez fuese precisamente que no palparon nada. Miró en el interior.

-Se ha ido- dijo con disgusto -. Desmaterializado... Pero quizá no se le pueda censurar por ello. Anoche estuvo conmigo por que sentía curiosidad por este congreso, ¿sabe?. Le di un poco de whisky con un cuentagotas, y le gustó. Tal vez le gusto demasiado, pues quería pegarse con la cacatúa enjaulada que hay en el bar y empezó a insultarla. Afortunadamente, se quedo dormido antes de que el pájaro ofendido pudiera replicar. Ésta mañana no parecía encontrarse muy bien, y supongo que se ha ido a su casa, dondequiera que esté, para recuperarse.

Sentí un acceso de rebeldía. ¿Esperaba que me creyera aquello?- ¿Me está diciendo que tenía un demonio en el bolsillo de la chaqueta?

-Es agradable ver lo rápidamente que se hace usted cargo de la situación- dijo George.

-¿Qué tamaño tenía?

-Dos centímetros.

-Pero eso no llega a una pulgada.

-Totalmente correcto. Una pulgada son 2,54 centímetros.

-Quiero decir, qué clase de demonio es para tener sólo dos centímetros de estatura.

-Uno pequeño- respondió George -, pero, como dice el refrán, más vale tener un demonio pequeño que no tener ninguno.

-Depende de cómo sea.

- Oh, Azazel..., se llama. es un demonio amistoso.

Sospecho que no está muy bien considerado en sus antros nativos, pues se le nota extraordinariamente ansioso por impresionarme con sus poderes, salvo que no quiere utilizarlos para enriquecerme, como debería hacer, tratándose de una honorable amistad. Dice que sus poderes deben ser utilizados tan sólo para hacer el bien a otros.

-Vamos, vamos, George. Seguramente que no es ésa la filosofía del infierno.

George se llevo un dedo a los labios.

-No diga esa clase de cosas, amigo. Azazel se sentiría enormemente ofendido. Dice que su país es amable, decente y muy civilizado, y habla con gran respeto de su gobernante, cuyo nombre jamás pronuncia, y al que llama simplemente el Todo Total.

-¿Y en realidad hace favores?

-Siempre que puede. Éso es escaso, por ejemplo, de mi ahijada, Juniper Per...

-¿Juniper Pen?

-Sí. Por su expresión de intensa curiosidad, me doy cuenta de que desea conocer la historia. Con mucho gusto se la contaré.

Juniper Pen (dijo George) era una cándida estudiante de segundo curso en la Universidad cuando comienza mi relato..., una dulce e inocente muchacha fascinada por el equipo de baloncesto, todo y cada uno de cuyos miembros eran jóvenes altos y muy guapos. El jugador que más parecía estimular su imaginación femenina era Leander Thomson, un muchacho alto y delgado, de grandes manos que se enroscaban en torno a un balón o a cualquier otra cosa que tuviera forma y el tamaño de un balón, lo que de alguna manera trae a la memoria a Juniper. Obviamente, él era el objeto de sus gritos, cuando contemplaba desde la grada uno de sus partidos. Solía hablarme de sus dulces sueños, pues, como todas las jovencitas, aunque no sean mis nietas, se sentía impulsada a confiar en mí. Mi porte cariñoso pero digno invitaba a las confidencias.

-Oh, tío George- decía - , seguro que no es nada malo que yo sueñe en un futuro con Leander. Me lo imagino como el mejor jugador de baloncesto del mundo, como la flor y nata de los grandes profesionales, como el titular de un sustancioso contrato de larga duración. Y no es que yo pida mucho. Todo lo que quiero de la vida es una pequeña mansión cubierta de enredaderas, un pequeño jardín que se extienda todo cuanto la vista pueda abarcar, una sencilla servidumbre organizada en equipos, todos mis vestidos ordenados alfabéticamente para cada día de la semana y cada mes del año y...

Me vi obligado a interrumpir su encantador parloteo.

-Ay un ligero fallo en tu plan, pequeña - dije -. Leander no es un jugador de baloncesto muy bueno, y es poco probable que algún equipo le contrate por grandes sumas.

-Eso es injusto- dijo, enfurruñando el gesto-.¿Por qué no es un jugador de baloncesto muy bueno?

-Porque así es como funciona el Universo. ¿Por qué no concentras tus juveniles afectos en alguien que sea un buen jugador de baloncesto? ¿O, si vamos a eso, en algún joven y honrado corredor bursátil de Wall Street que tenga acceso a informaciones reservadas?

-La verdad es que ya he pensado en ello, tío George, pero me gusta Leander exclusivamente por lo que es. Hay veces en que pienso en él y me digo: en realidad, ¿tan importante es el dinero?

-Chist, jovencita - exclamé horrorizado. Hoy en día, las mujeres son increíblemente francas.

-Pero, ¿por qué no puedo tener también el dinero? ¿es mucho pedir?

¿Lo era realmente? Después de todo, yo tenía un demonio para mí solo. Se trataba de un demonio pequeño, desde luego, pero su corazón era grande. Seguramente que querría favorecer el curso del verdadero amor, a fin de aportar luz y dulzura a dos seres cuyos corazones latían al unísono al pensar en besos y fondos mutuos.

Azazel me escuchó cuando le invoqué con el conjuro apropiado... No, no puedo decirle cual es. ¿No tiene usted un elemental sentido de la ética? Como digo, me escuchó, pero con lo que me pareció una absoluta carencia de esa comprensión que cabría esperar. Confieso que le había arrastrado a nuestro mundo sacándole de su entrega a algo parecido a un baño turco, pues se hallaba envuelto en una diminuta toalla y estaba tiritando. Su voz parecía mas aguda y estridente que nunca. (En realidad, no creo que fuese verdaderamente su voz. Me da la impresión de que se comunicaba mediante alguna especie de telepatía, pero el resultado era que yo oía, o imaginaba oír, una aguda vocecilla.)

-¿Qué es baloncesto?- preguntó -. ¿Un balón con forma de cesto? Porque, en ese caso, ¿qué es un cesto?

Traté de explicárselo, pero, para ser un demonio, puede resultar realmente obtuso. Se me quedó mirando, como si no le estuviese explicando con luminosa claridad cada detalle del juego.

Finalmente, dijo:

-¿Podría ver un partido de baloncesto?

-Naturalmente- respondí -. Esta noche se juega uno. Leander me dio una entrada, y tú puedes ir en mi bolsillo.

-Estupendo- dijo Azazel -. Llámame cuando te dispongas a salir para el partido. Ahora tengo que terminar mi zymig- con lo que supongo se refería a su baño turco, y desapareció.

Debo confesar que me irrita sobremanera que alguien anteponga sus insignificantes asuntos domésticos a las trascendentales cuestiones de que yo me ocupo..., lo cual me recuerda, amigo mío, que el camarero parece estar intentando atraer su atención. Creo que le tiene preparada la cuenta. Recójala, por favor, para que yo pueda continuar mi relato.

Esa noche fui al partido de baloncesto, y Azazel venía conmigo en mi bolsillo. Mantenía la cabeza asomada por el borde del bolsillo y habría constituido un sospechoso espectáculo si alguien hubiera estado mirando. Su piel es de un color rojo brillante y en su frente se destacan las protuberancias de dos péqueños cuernos. Por fortuna, se mantenía dentro del bolsillo, pues su musculosa cola de un centímetro de longitud es su rasgo más prominente y nauseabundo. Yo no soy un gran aficionado al baloncesto, y preferí dejar que Azazel extrajera por su propia cuenta el significado de lo que estaba viendo. Su inteligencia, aunque más demoniaca que humana, es notable.

Una vez finalizado el partido, me dijo: -Por lo que he podido deducir de la esforzada acción de los corpulentos, desgarbados y en absoluto interesantes individuos que corrían por la pista, parece ser que se producía una cierta conmoción cada vez que esa curiosa pelota pasaba a través del aro.

-En efecto -dije- Eso es encestar.

-Entonces, ¿ese protegido tuyo se convertiría en un héroe de ese estúpido juego si pudiera pasar la pelota por el aro todas las veces que lo intentase?

-Exactamente.

Azazel pensativo, agitó la cola.

-No tiene que ser difícil. Solo necesito ajustar sus reflejos para hacerle calcular el ángulo, la altura, la fuerza... Permaneció unos instantes en reflexivo silencio, a continuación dijo:

-Veamos, he tomado nota de su complejo coordinado personal durante el partido...Sí, se puede hacer. En realidad, ya esta hecho. Tu Leander no tendrá ninguna dificultad en hacer pasar la pelota por el aro.

Yo experimentaba una cierta excitación mientras aguardaba a que se celebrase el siguiente partido. No le dije nada a la pequeña Juniper, porque nunca había hecho uso de los poderes demoniacos de Azazel y no estaba del todo seguro de que sus hechos hicieran honor a sus palabras. Además, quería que se llevara una sorpresa. (Y se la llevó, muy grande, lo mismo que yo).

Por fin llego el día del partido, y aquél fue el partido. Nuestro colegio local, Nerdsville Tech, de cuyo equipo de baloncesto Leander era tan pálida luminaria, jugaba contra los larguiruchos fajadores de Reformatorio Al Capone, y se esperaba que fuese un combate épico.

Como de épico, nadie lo esperaba. El equipo de AL Capone en seguida se puso por delante en el marcador, y yo observaba atentamente a Leander. Parecía tener dificultades para decidir lo que debía hacer, y al comienzo sus manos parecían fallar el balón cuando trataba de avanzar. Supuse que sus reflejos habían resultado tan alterados, que en un principio no podía controlar en absoluto sus músculos. Sin embargo, luego, fue como si se acostumbrara a su nuevo cuerpo. Cogió el balón y pareció que se le escapaba de las manos..., !pero que forma de escaparse! Descubrió un arco en el aire y atravesó el centro del aro. Las gradas estallaron en frenético aplauso, mientras que Leander contemplaba pensativamente el aro, como preguntándose que había ocurrido. Fuera lo que fuese, volvió a ocurrir otra vez..., y otra. Tan pronto como Lenader tocaba el balón, éste se elevaba describiendo un arco. Tan pronto como se elevaba, se curvaba hacia la canasta. Sucedía tan de repente, que nadie veía jamás a Leander apuntar ni hacer absolutamente ningún esfuerzo. Interpretando ésto como una prueba de maestría, la multitud se puso histérica.

Sin embargo, luego, como era de esperar, sucedió lo inevitable, y el partido se hundió en un caos total. Brotaban silbidos de las tribunas; los alumnos de rostros llenos de cicatrices, que animaban al reformatorio Al Capone, proferían violentas observaciones de carácter insultante, y por todas partes de producían peleas a puñetazos entre el público.

Lo que yo no había dicho a Azazel, creyendo que se trataba de algo evidente, y lo que él no había advertido; era que las dos canastas de la pista no eran iguales: una correspondía al equipo local y la otra al equipo visitante, y que cada jugador lanzaba el balón hacia la canasta apropiada. Y el balón, con toda la lamentable ignorancia de un objeto inanimado, en cuanto Leander lo tocaba, se elevaba hacia la canasta mas próxima. El resultado era que, una y otra vez, Leander se las arreglaba para introducir el balón en la canasta en que no debía. Persistió en hacerlo, pese a los amables reproches del entrenador del Nerdsville, Claws (Pop) McFang, que se desgañitaba a gritos por entre la espuma que le cubría los labios. Pop McFang enseñó los dientes con un suspiro de tristeza por tener que expulsar a Leander del partido y lloró abiertamente cuando le quitaron los dedos de la garganta de Leander para que pudiera llevarse a efecto la expulsión.

Amigo mío, Lenader nunca volvió a ser el mismo. Naturalmente, yo había pensado que buscaría refugio en la bebida y se convertiría en un torvo y pensativo alcohólico. Éso lo habría comprendido. No obstante, aun cayó más bajo. Se volvió hacia sus estudios. Bajo la despreciativa, y a veces incluso compasiva, mirada de sus condiscípulos, iba de clase en clase, sepultaba la cabeza entre los libros y descendía hacia las cenagosas profundidades de la ciencia. Durante todo ese tiempo, sin embargo, Juniper se aferró a él. Me necesita, decía, con los ojos empanados por las lágrimas. Sacrificándolo todo, se caso con él una vez que ambos se graduaron. Y continuó manteniéndose unida a él, incluso mientras caía al más profundo de los abismos, al ser estigmatizado con un doctorado en Física. Él y Juniper viven ahora en un pequeño apartamento situado en alguna parte del lado oeste. Él enseña física y ella realiza investigaciones sobre Cosmogonía, según tengo entendido. Él gana 60,000 dólares al año, y entre quienes le conocieron cuando era un deportista respetable, se dice, en horrorizados susurros, que es un posible candidato al premio Nobel. Juniper nunca se queja, y se mantiene fiel a su ídolo caído. Ni con palabras ni con hechos expresa jamás ningún sentimiento de pérdida, pero no puede engañar a su viejo padrino. Sé muy bien que, a veces, piensa melancólicamente en la mansión cubierta de enredaderas que nunca tendrá y en las ondulantes colinas y distantes horizontes de la pequeña finca de sus sueños.

-Ésa es la historia- dijo George, mientras recogía el cambio que había traído el camarero y anotaba el total del recibo de la tarjeta de crédito, supongo que para poder deducirlo de sus impuestos -. Yo, en su lugar- añadió -, dejaría una generosa propina.

Así lo hice, un tanto aturdido, mientras George sonreía y se alejaba. En realidad, no me importaba que George se hubiera quedado con el cambio. Se me ocurrió que él únicamente tenía una comida, mientras que yo disponía de una historia que podía contar como propia y que me reportaría una cantidad de dinero equivalente a muchas veces el coste de la comida.

De hecho, decidí continuar almorzando con él de vez en cuando.


ISAAC ASIMOV


Publicado en: http://members.fortunecity.com/isaacasimov/asimov5.htm

lunes, 12 de abril de 2010

EL RELOJ

(en cuatro actos)



Acto I: Lo que parece

No quiero contar los meses, ni los años.

Sólo cuento los amigos y los placeres.

Unos quieren los derechos sin deberes.

Otros dicen que las leyes le hacen daño.



Unos dicen que el reloj se está rompiendo.

Otros dicen que es la noche, que confunde.

Otros gritan: ¡Este barco no se hunde!.

Otros dicen lo que diga el viento.



Hay un eje que parece una cadena.

Hay un ciclo que nos parece un abismo.

Hay una Gran Vida que merece la pena.



Una metáfora. Un reloj. Un espejismo.

Las agujas que despeinan su melena

están ahí siempre hablando de lo mismo.







Acto II: Lo que es

Doce horas con sol. Doce sin él.

Un círculo en sesenta por sesenta.

En el teatro de la vida no hay reventa.

Y la recta en realidad es un cordel.



Que ahora pueden ser las tres.

Que a las seis tengo una cita

con la antes fue chiquita

y ahora es toda una mujer.



Hasta la primavera se marchita.

Hasta el día pierde su sol.

El tiempo lo da quien lo quita.



El cuco ya está cantando su canción.

Vestidos, ciclos, la flor, risitas.

¡Que vida tan bonita!, ¡En verdad es un Reloj!.



Acto III: Lo que quiere

De sol, de arena, de agua, con pilas.

Latir del triste corazón del mundo.

En todas partes, en lo más profundo.

Sacando al hombre de lo que fue un gorila.



Poniendo arrugas en lo que fue una cara.

Y un boticario en lo que fue un camello.

Mandando cartas, sin sobre ni sello,

A decir que este reloj nadie lo para.



¿Qué haces del bebé?. Un abuelo.

¿Y qué haces del futuro?. Una historia.

¡Pones calvas donde un día hubo pelo!.



Y haces de la vejez tu enorme Gloria.

Yo era un niño que tenia su caramelo.

Y tú, reloj, quieres bajarme de la noria.







Acto IV: La metáfora del traje

Eres el traje de mi amado Padre.

Digamos que el volumen es su cuerpo.

Tuvimos que vestirnos con un Tiempo.

Cancerbero siempre gana. ¡Que no ladre!.



Hace falta un sastre que lo mida.

Que nos diga que un botón es un minuto.

Que repitan la lección los institutos.

Que nos cuenten los instantes de una vida.



Si él estaba o lo cosimos: No sabemos.

Tal vez sólo le asignamos un patrón.

Un principio para el mundo: Imaginemos.



Hay esferas pululando alrededor.

Es hermoso este vestido, más o menos.

En verdad no es un vestido: ¡Es un reloj!.



(Mr Nío Blackwood)

martes, 30 de marzo de 2010

El animador.

Con Dios y sin Dios

A menudo me pregunto por qué un “instinto
cristiano” me atrae en ocasiones más hacia los no
religiosos que hacia los religiosos. Y esto sin la
menor intención misionera, sino que casi me atrevería
a decir “fraternalmente”. Frente a los no
religiosos, en ocasiones, puedo nombrar a Dios
con toda tranquilidad y naturalidad, mientras que
ante los religiosos recelo a menudo de pronunciar
su nombre. En dicho ambiente me parece de alguna
manera falso y yo mismo me siento en cierto
modo insincero.

Los hombres religiosos hablan de Dios cuando
el conocimiento humano (a veces por pereza mental)
no da más de sí o cuando fracasan las fuerzas
humanas. En realidad se limitan siempre a ofrecer
un deus ex machina (un dios tapagujeros), ya sea
para resolver aparentemente unos problemas
insolubles, ya sea para erguir un fuerza ante la
impotencia humana; en definitiva, siempre tratan
de explotar la debilidad humana, es decir, los límites
humanos.

[…]

Yo no quiero hablar de Dios en los límites, sino
en el centro; no en los momentos de debilidad,  
sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte
y del pecado, sino en plena vida y en los mejores
momentos del hombre. Estando en los límites,
me parece mejor guardar silencio y dejar sin solución
lo insoluble.

 
Dietrich Bonhoeffer, Teólogo alemán protestante (1906-1945).
Ahorcado por su resistencia contra el régimen nazi.